domingo, 3 de julio de 2011

UN SIGLO ANTES DE FÁTIMA


VISIONES Y REVELACIONES DE LA BEATA
ISABEL CANORI MORA

Tomado de la revista Panorama Católico Internacional nº 27, Febrero de 2003. Transcripción hecha por Inmaculada.

Las visiones y revelaciones de Elisabetta Canori Mora, beatificada por S.S. Juan Pablo II el 24-4-1994, vistas en el contexto del mensaje de Nuestra Señora de Fátima: previsión de tragedias y esperanzas. Extractos del artículo publicado en la revista electrónica http://www.catolicismo.org.br/

Autor: Luis Dufaur
Elisabetta Canori es hija de Tomás Canori, gran propietario de tierras romano, y de Teresa Prímoli, aristocrática dama de la Ciudad de los Papas.

Datos biográficos de la Beata Elisabetta
Después de recibir esmerada educación familiar, se casó con un joven abogado, Cristóforo Mora, hijo de un rico médico de la misma Roma, el 10 de Enero de 1796. Del matrimonio nacieron cuatro hijas, dos de las cuales murieron de corta edad.
Todo auguraba al nuevo matrimonio un brillante futuro, mas la tragedia llegó pronto. El marido se entregó a la delincuencia, arruinó a la familia y abandonó el hogar, seducido por una mujer de mala vida. Fue preso por la policía pontificia, primero en una cárcel, después en un convento. Juró mudar de vida, más después de retornar a su hogar, intentó repetidas veces asesinar a su esposa Elisabetta. Ella fue de una fidelidad heroica, ofreciendo enormes sacrificios por su marido. Y profetizó que él acabaría muriendo sacerdote.
Así fue: tras el fallecimiento de la Beata, el 5 de febrero de 1825, Cristóforo cayó en sí y se hizo religioso, llevando una ejemplar vida de penitencia. Fue ordenado sacerdote y murió rodeado de gran consideración.
Abandonada por el esposo e incomprendida por los familiares, Elisabetta hubiera caído en la miseria, sino la hubiesen auxiliado benefactores compasivos.
Entre ellos se encontraban Prelados romanos, que narraron al Papa Pío VII sus méritos. El Pontífice, beneficiado por las oraciones y sacrificios de ella, concedió privilegios poco comunes a la capilla privada de su humilde casa.
Su causa de beatificación fu introducida en 1874, durante el pontificado del Bienaventurado Pío IX. Pío XI aprobó el decreto de heroicidad de virtudes en 1928. Juan Pablo II beatificó a Elisabetta Canori mora el 24 de abril de 1994.

Ceremonia en Roma el día de su Beatificación
Como en Fátima, la denuncia del pecado
En Fátima, Nuestra Señora fue preparando de a poco a los tres pastorcitos para que se abrieran a la revelación de la inmensidad el pecado cometido por la humanidad y a la amplitud de la penitencia que venía a pedir.
De modo análogo actuó Dios en relación a la Bienaventurada Elisabetta. En la Navidad de 1813, ella fue arrebatada a un lugar inundado de luz, donde innumerables Santos rodeaban un humilde pesebre. Desde él, el niño Dios la llamaba dulcemente.
La propia Elisabetta describe sin preocupaciones literarias la sorpresa que tuvo:
“De solo pensar, me causa horror (…) vi a mi amado Jesús recién nacido bañado en su propia sangre (…) en ese momento comprendí por vía intelectual cuál era la razón de tanto derramamiento de sangre del Divino Infante apenas nacido (…) La mala conducta de muchos sacerdotes seculares y regulares, de muchas religiosas que no se comportan según su estado, la mala educación que es dada a los hijos por parte de los padres y madres, como también por aquellas a quienes incumbe una obligación similar. Estas son las personas por cuyo buen ejemplo debe aumentar el espíritu del Señor en el corazón de los otros. Mas ellos, por el contrario, apenas nace (el espíritu de nuestro Señor) en el corazón de las criaturas, lo persiguen mortalmente con su mala conducta y malas enseñanzas”.

Conspiración contra la Iglesia, revelada por Dios
A partir de entonces, Dios le fue revelando el lamentable actuar de ciertos sectores eclesiásticos que atraían la cólera divina, siendo cómplices con la Revolución que derrumbaba tronos y seculares costumbres cristianas en el orden temporal. Tales visiones tornan patente, un siglo antes de las revelaciones de Cova de Iría, que el mal ya se había infiltrado en la Iglesia y en la sociedad civil.
Se ve bien que en Fátima Nuestra Señora hizo una advertencia final para ese mal, que progresaba a pesar de todos los avisos en sentido contrario.
Los ángeles condujeron espiritualmente a la Beata Elisabetta a antros secretos donde se tramaba esa conjura. Cada vez, nuevas aberraciones le eran develadas. El 24 de febrero de 1814 le fueron exhibidas escenas que recuerdan la crisis de los días en que vivimos: “Veía –narra ella- muchos ministros del Señor que se despojaban los unos a los otros; rabiosamente se arrancaban los paramentos sagrados; veía como eran derrumbados los altares sagrados por los propios ministros de Dios”.
El 22 de mayo de 1814, mientras rezaba por el Santo Padre, “lo vi viajando rodeado de lobos que hacían complots para traicionarlo”. La visión se repitió los días 2 y 5 de junio. En ésta última, narra la vidente: “Vi el sanedrín de lobos que lo circundaban (al Papa Pío VII, entonces reinante) y dos ángeles que lloraban. Una santa osadía me inspiró a preguntarles la razón de su tristeza y de su llanto. Ellos, contemplando la ciudad de Roma con los ojos llenos de compasión, dijeron lo siguiente: “Ciudad miserable, pueblo ingrato, la Justicia de Dios te castigará”.

“Todo el mundo estaba en caos”
El 16 de Enero de 1815, los ángeles le mostraron a muchos eclesiásticos que “bajo el manto de bien, persiguen a Jesús Crucificado y Su Santo Evangelio”, y que “como lobos rabiosos tramaban derribar de su trono al jefe de la Iglesia”. Entonces ella fue llevada “a ver el cruel estrago que la Justicia de Dios está por hacer entre aquellos miserables: con sumo terror, vi que en torno de mi fulguraban los rayos de la Justicia irritada. Vi edificios cayendo en ruinas. Las ciudades, provincias enteras, todo el mundo estaba en caos. No se oía otra cosa sino débiles voces implorando misericordia. El número de muertos era incalculable”.
Pero lo que más la impresionó fue ver a Dios indignado. En un lugar altísimo y solitario, vio a Dios representado por “un gigante fuerte y furioso hasta el extremo contra aquellos que Lo perseguían. Sus manos omnipotentes estaban llenas de rayos y su rostro estaba repleto de indignación: sólo su mirar bastaba para incendiar el mundo entero. No tenía ni santos ni ángeles que lo circundasen, sino solamente su indignación lo rodeaba por todas partes”.



Tal visión duró apenas un instante. Según la Beata Elisabetta, “si hubiese durado un momento más, ciertamente yo habría muerto”. La descripción de más arriba recuerda la visión del infierno presentada a Lucía, Francisco y Jacinta.
Entre ambas visiones hay una correlación profunda. En cuanto a la Beata, Dios le manifestó su justa indignación por las ofensas que sufre; en Fátima, Nuestra Señora apuntó el destino de las almas que ofenden a Dios y mueren impenitentes.

La gravedad del pecado de apostasía del mundo
El 13 de junio de 1917, Nuestra Señora en Fátima mostró a los pastorcitos su Inmaculado Corazón rodeado de espinas, en señal de los “ultrajes que recibe por los pecados de los hombres”. En la Navidad de 1816, le fue mostrado también a la Beata Elisabetta cuánto ofenden a la Santísima Virgen esos ultrajes.
Se puede entrever un límite del pecado, que la misericordia de la Reina del Cielo no permitirá que sea sobrepasado.
La Beata Elisabetta vio “triste y dolorosa” a María santísima. Le preguntó entonces la razón de su dolor. “La Madre de Dios se volvió para mí y dijo: contempla, oh hija, contempla la gran impiedad”. Oyendo estas palabras vi apostatas que osadamente intentaban arrancar temerariamente a su Santísimo Hijo de su purísimo seno y de sus santísimos brazos.
“Ante este gran atentado, la Madre de Dios no pedía más misericordia para el mundo, sino justicia al Divino Padre Eterno, el cual, revestido de su inexorable justicia y lleno de indignación, se volvió hacia el mundo.
“En aquel momento toda la naturaleza entró en convulsión, y el mundo perdió su buen orden, y se formó sobre la Tierra la mayor infelicidad que se pueda contar o imaginar. Una cosa tan deplorable y aflictiva que dejará al mundo reducido a la última desolación”.

Anticipación de los castigos vaticinados en Fátima
El velo que envuelve a los castigos anunciados en el año 1917, fue levantado de alguna manera para la Beata Elisabetta. Lo que ella vio nos aprovecha para entender mejor lo que Nuestra Señora anticiparía después, en Cova de iría.
En efecto, el 7 de junio del año 1815, Dios Nuestro Señor le mostró, una vez más, el castigo que atraían sobre la humanidad aquellos “lobos rapaces con piel de oveja, (…) acérrimos perseguidores de Jesús Crucificado y de Su Esposa, la Santa Iglesia”.
“Me parecía –escribió- ver a todo el mundo en convulsión, especialmente la ciudad de Roma (…) ¿Qué decir del Sacro Colegio? Por causa de la variedad de opiniones, unos habían sido dispersados, otros abatidos, otros despiadadamente asesinados. De un modo similar eran tratados el clero secular y la nobleza. El clero regular no estaba sufriendo la dispersión total, mas era diezmado. Innumerables eran los hombres de toda condición que perecían en esa masacre, más no todos se condenaban. Muchos eran hombres de buenas costumbre, y muchos otros de santa vida”.
En la fiesta de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio del año 1820, la Beata contempló proféticamente al Príncipe de los Apóstoles descendiendo de los cielos, revestido con los ornamentos pontificales y rodeado por una legión de ángeles.
Con su báculo, trazó sobre la tierra una vastísima cruz, y a los cuatro lados de ella hizo aparecer cuatro árboles de vivo verdor, también con forma de cruz, envueltos en una luz brillantísima. Debajo de aquellos árboles-cruces quedaban, como “refugiados y libres del tremendo castigo”, todos los buenos “fieles religiosas y religiosos”.
“Mas, ¡ay de aquellos religiosos y religiosas inobservantes, que despreciaron las Santas Reglas!, ¡ay!, ¡ay!, porque todos perecerán bajo el terrible flagelo. Y digo esto de todos (…) aquellos que se entregan al libertinaje y van marchando detrás de las falsas máximas de los reprobables filosofía de hoy”
Tan graves amenazas tal vez pudiesen parecer exageradas en los tiempos de la Beata Elisabetta, en que el lento avance de la Revolución anticristiana encontraba oposición en la iglesia de parte de numerosos Santos y almas de virtud insigne.
Así, tales palabras parecen dictadas más para éste, nuestro triste inicio del siglo XXI. ¿Quién, con todo rigor, sin auxilio de luces proféticas, podría haber imaginado que la crisis en la Iglesia llegaría al punto que alcanzó en nuestros días?
A la vista de esto se comprende que Dios haya querido manifestar su cólera e indignación a la bienaventurada Elisabetta. Mas, infelizmente, todo indica que, como en Fátima, el mensaje divino trasmitido por la Beata no fue tenido en cuenta debidamente.

Venganza divina contra los enemigos de la Iglesia
Prosiguiendo la narración de la visión, ella relata que San Pedro volvió hacia el cielo. Entonces, en la tierra, “el firmamento quedó cubierto de un color azul tenebroso, que sólo de mirarlo causaba terror. Un viento caliginoso hacía sentir su soplido impetuoso por todas partes. Con un vehemente y tétrico silbido aullando en el aire, como feroz león con su asustador rugido, hacía resonar sobre toda la tierra su horripilante eco.



“El terror y el espanto pondrán a todos los hombres y a todos los animales en un estado de supremo pavor; todo el mundo estará en convulsión y se matarán los unos a los otros, se masacrarán sin piedad. En el tiempo de la sanguinaria lucha, la mano vengadora de Dios pasará sobre esos infelices, y con su omnipotencia castigará el orgullo, la temeridad y la desvergonzada osadía de ellos; Dios se servirá de las potencias de las tinieblas para exterminar a esos hombres sectarios, inicuos y criminales que pretenden derribar, erradicar la Iglesia Católica, nuestra Santa Madre, por sus raíces más profundas y tirarla por tierra (…)
“Dios se reirá de ellos y de su maldad, y con un solo gesto de su mano derecha omnipotente castigará a esos inicuos, permitiendo a las potencias de las tinieblas que salgan del infierno; esas grandes legiones de demonios recorrerán todo el mundo, y por medio de grandes ruinas ejecutarán las órdenes de la Divina Justicia, a la cual estos malignos espíritus están sometidos, de manera que no podrán hacer ni más ni menos daño de lo que Dios permitirá a los hombres, a sus bienes, a sus familias, a sus infelices aldeas, ciudades, casas y palacios y cualquier otra cosa que subsistiera sobre la tierra (…).
“Dios permitirá que esos hombres inicuos sean castigados a través de la crueldad de demonios feroces, porque se sometieron voluntariamente a la potestad del demonio y se confederaron con él para dañar a la Santa Iglesia Católica (…) Me mostró la horrenda cárcel infernal. Vi abrirse en la mayor profundidad de la tierra una caverna tenebrosa y espantosa, llena de fuego, de donde vi salir muchos demonios, los cuales, tomando unos una figura y otros otra, unos de animal y otros de hombre, venían todos a infestar el mundo y a hacer por todas partes maleficios y ruinas (…) Devastarán todos los lugares donde Dios haya sido y es ultrajado, profanado, sacrílegamente tratado, donde se ha practicado la idolatría. Todos esos lugares serán demolidos, arruinados y se perderá todo vestigio de ellos”.

Triunfo y honra de la Iglesia como el previsto en Fátima
La similitud con los trágicos anuncios de Nuestra Señora en Fátima se extiende mas allá de los castigos. Ante la mirada de la Beata, Dios expuso en muchas ocasiones una maravillosa restauración futura de la Iglesia. Esas revelaciones ilustran magníficamente aspectos de lo que ha de ser el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
En aquella misma visión del 29 de junio de 1820, luego los purificadores castigos que se han descripto, la Beata Elisabetta vio a San Pedro retornar del Cielo en un majestuoso trono pontifical.
Inmediatamente, descendió con gran pompa el Apóstol San Pablo. Él “recorría todo el mundo y atrapaba aquellos espíritus malignos e infernales, y los conducia delante del Santo apóstol San Pedro, el cual, con una orden llena de autoridad, volvía a confinarlos en las tenebrosas cavernas de las cuales habían salido (…) En ese momento se vio aparecer sobre la tierra un bello resplandor, que anunciaba la reconciliación de Dios con los hombres”.
La pequeña grey de los católicos fieles, refugiada bajo los árboles en forma de cruz, fue conducida a los pies del trono de San Pedro. “El santo escogió al nuevo Pontífice –agrega posteriormente la vidente-, toda la Iglesia fue reordenada según los verdaderos dictámenes de los Santos Evangelios; fueron restablecidas las órdenes religiosas, y todas las casas de los cristianos se convirtieron en otras tantas casas penetradas de la religión; tan grande era el fervor y el celo por la gloria de Dios, que todo era ordenado en función del amor de Dios y del prójimo.
“De esta manera tomó cuerpo en un momento el triunfo, la gloria y la honra de la Iglesia Católica: Ella era aclamada por todos estimada por todos, venerada por todos, todos decidieron seguirla, reconociendo al vicario de Cristo, el Sumo Pontífice”.

Cinco herejías infectan el mundo
Le dijo Nuestro Señor a inicios de 1821: “Yo reformare a mi pueblo y a mi Iglesia. Mandaré sacerdotes celosos para predicar mi fe, formaré un nuevo apostolado, enviaré al Divino Espíritu Santo a renovar la Tierra. Reformaré las órdenes religiosas por medio de nuevos reformadores santos y doctos. Todos tendrán el espíritu de mi dilecto hijo Ignacio de Loyola.
“Daré un nuevo Pastor a mí Iglesia, docto, santo, repleto de mí espíritu. Con santo celo retomará la grey de Jesucristo”. Tras ello, añade: “El me hizo conocer muchas otras cosas concernientes a esta reforma. Varios soberanos sustentarán a la Iglesia Católica y serán verdaderos católicos, depositando sus cetros y coronas a los pies del Santo Padre, vicario de Jesucristo. Varios reinos abandonarán sus errores y volverán al seno de la fe católica. Pueblo enteros se convertirán y reconocerán como religión verdadera la Fe de Jesucristo”.
Dios le hizo ver en varias ocasiones una esplendorosa nave nueva, símbolo de la Iglesia restaurada, que estaba siendo armada por los ángeles.
También, el 10 de enero de 1824, le mostró el principal obstáculo para la conclusión de esa nave. Ella vio cinco árboles todos de desmesurado tamaño: “Observé que esos cinco árboles con sus raíces alimentaban y producían un enmarañadísimo bosque de millones de plantas estériles y selváticas”.
Dios le hizo entender que aquellos cinco enigmáticos árboles simbolizaban “las cinco herejías que infectaban el mundo en nuestro tiempo”.

Falsas máximas y los errores esparcidos por Rusia
El 22 de enero de 1824, la Beata Elisabetta conoció que aquel bosque maldito representaba un número incontable de almas, las cuales, “debido a que tienen una conciencia depravada, pueden ser denominadas almas sin fe, sin religión, porque piensan en todo, menos en aquello que todo buen católico está obligado a pensar, porque lo hacen todo, menos aquello que deben hacer (…) Aquellas míseras plantas son tenidas por el Divino Señor, no solamente en cuenta de estériles, sino también de nocivas y hasta de pésimas, que merecen ser arrojadas al infierno”.
La vidente escuchó que las cinco aludidas herejías se identificaban con las “falsas máximas de la filosofía de nuestros tiempos”. Máximas esas que, según ella, estaban en el núcleo de los movimientos revolucionarios de su época, inspirado en el espíritu y la doctrina de la Revolución Francesa. Tales máximas orientaban la conjuración que subvertía la Iglesia y el orden socio-político (…)
La Beata Elisabetta cerró los ojos para esta Tierra el 5 de agosto del año 1825, casi un siglo antes de la gloriosa manifestación de Nuestra Señora en Fátima.

Facsímil de los manuscritos de sus memorias

Entretanto, sus visiones y revelaciones -de las cuales dimos aquí apenas algunas muestras- parecen destinadas especialmente para el conocimiento de nuestros contemporáneos. Ellas tornan patente el grandioso designio divino que sobrevuela la historia, pues muestran que el plano del Reino de María -como fue profetizado en Fátima- es como un inmenso palacio que la Divina Providencia viene preparando desde hace siglos. Y cuya terminación irá más allá de toda especulación humana.
Por todo ello, las visiones y revelaciones transmitidas por la Bienaventurada Elisabetta Canori Mora refuerzan aún más la idea de la centralidad del mensaje de Fátima, y la certeza del cumplimiento de la gran promesa de nuestra Señora a los tres pastorcitos en 1917: “Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará”.


JUICIO DEL CENSOR ECLESIÁSTICO SOBRE LOS ESCRITOS DE LA BEATA ELISABETTA

El 5 de noviembre del año 1900, el censor eclesiástico encargado por la Santa Sede para examinar los manuscritos de la Bienaventurada Elisabetta Canori Mora emitió finalmente su juicio formal. En él, el censor expresó lo siguiente:

“En todos los escritos de la referida Sierva de Dios Elisabetta Canori Mora no hay nada contrario a la fe y a las buenas costumbres, como tampoco se encuentra ninguna doctrina innovadora o peregrina, o ajena al modo de sentir común y consuetudinario de Nuestra Santa Madre Iglesia”.
El censor, entretanto, observa que se podrían presentar objeciones en cuanto a “ciertas visiones y revelaciones que se refieren especialmente a prelados mayores y menores de Roma, en las cuales aparecen descriptos con colores bastante cargados y en proporciones que parecerían propias a escandalizar a los fieles, y a las cuales parecería convenir la calificación de malsonantes u ofensivas a los oídos píos”.
Para apartar esa avetual objeción, el censor eclesiástico esclarece, entre otras cosas, que “lamentaciones de este género, expresadas a veces con lenguaje aún más vibrante, no son absolutamente ninguna novedad en los escritos de los siervos de Dios., para los cuales, si era doloroso ver la corrupción en el pueblo, mucho más lo era tener que deplorarlo en los ministros del Santuario”.
Después de explicar cuán arduo sería intentar probar que son falsas las visiones de la Beata Elisabetta, y cómo no sería difícil mostrar que son auténticas, concluye:
“Las palabras de la Sierva de Dios, antes que malsonantes u ofensivas a los oídos píos, deben ser consideradas muy útiles, especialmente a los sacerdotes que las lean”.
El celoso censor expresó también el deseo de que “la autobiografía de nuestra Venerable Sierva de Dios pueda ver la luz, apenas sea posible y conveniente”, pues estas páginas “a muchas almas bien dispuestas, y no dadas a despreciar las maravillas de Dios en sus Santos, no dejarán de ser igualmente provechosas”.

Sacra Rituum Congretatione, Beatificationis et canonizationis Ven. Servae Dei Elisabetta Canori Mora.
Prima positio super virtutibus, Ex Typographia Pontificia in Instituto Pii IX, Roma 1914.
Iudicium Censoris Theologi super scriptis Ven. Servae Dei Elisabetta Canori Mora.