domingo, 21 de julio de 2013

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (VIII)


CAPÍTULO 8 

Cómo nos habremos de ejercitar en el propio conocimiento 
para no desmayar ni desconfiar. 

Es tan grande nuestra miseria, y tenemos tanto de qué humillarnos, y experimentémoslo nosotros tanto, que más parece que tenemos necesidad de ser animados y esforzados para que no desmayemos ni desconfiemos viendo en nosotros tantas faltas e imperfecciones, que exhortados al conocimiento de eso. Y en tanto grado es esto verdad, que los Santos y maestros de la vida espiritual nos enseñan que de tal manera hemos de cavar y ahondar en el conocimiento propio de nuestras miserias y flaquezas, que no paremos ahí, porque no venga el ánima en desconfianza y desesperación, viendo en sí tanta miseria y tanta inconstancia en los buenos propósitos, sino que pasemos adelante al conocimiento de la bondad de Dios y pongamos en Él toda nuestra confianza. Así como dice San Pablo que la tristeza por haber pecado no ha de ser tanta que cause decaimiento y desesperación (2 Cor., 2, 7): [Porque no quede ese tal consumido con la demasiada tristeza], sino ha de ser una tristeza templada y mezclada con la esperanza del perdón, poniendo los ojos en la misericordia de Dios, y no parando en sola la consideración del pecado y de su fealdad y gravedad; así dicen que no hemos de parar en el conocimiento de nuestras miserias y flaquezas, porque no desmayemos y desconfiemos; sino que hemos de cavar y ahondar en nuestro propio conocimiento, para con eso desconfiar de nosotros, viendo que de parte nuestra no tenemos arrimo ni en qué estribar, y poner luego los ojos en Dios y confiar en Él; de esa manera, no sólo no quedaremos desmayados, sino antes más animados y esforzados, porque lo que sirve para desmayar mirando a vos, sirve para esforzar mirando a Dios. Y mientras más conociereis vuestra flaqueza y más desconfiaseis de vos, mirando a Dios, estribando y poniendo en Él vuestra confianza, quedareis más fuerte y más esforzado para todo. 

Pero advierten aquí los Santos una cosa de mucha importancia: que así como no hemos de parar en el conocimiento de nuestras miserias y flaquezas, porque no vengamos en desconfianza y desesperación, sino pasar adelante al conocimiento de la bondad, misericordia y liberalidad de Dios, y poner en Él toda nuestra confianza, así tampoco hemos de parar ahí, sino tornar luego a poner los ojos en nosotros mismos y en nuestra flaqueza y miseria. Porque si paramos en el conocimiento de la bondad, misericordia y liberalidad de Dios, y nos olvidamos de lo que somos nosotros, hay en eso un peligro muy grande de caer en presunción y soberbia, porque vendríamos a asegurarnos demasiado de nosotros mismos, y a andar muy confiados, y no tan recatados y temerosos como es menester, que es un gran despeñadero, raíz y principio de grandes y temerosas caídas. ¡Oh cuántos muy espirituales y que parecía que se levantaban hasta el Cielo en el ejercicio de la oración y contemplación se han despeñado por aquí! ¡Oh, cuántos que verdaderamente eran santos y grandes santos han venido por aquí a dar miserables caídas! Porque se olvidaban de sí, porque se aseguraron demasiado con los favores que recibían de Dios, andaban muy confiados y como si ya para ellos no hubiera peligro, y así vinieron a caer miserablemente. Llenos tenemos los libros de semejantes caídas. 

San Basilio dice que la causa de aquella miserable caída del rey David en el adulterio y homicidio fue una presunción que tuvo una vez que fue visitado de la mano de Dios con abundancia de mucha consolación. Y 154 se atrevió a decir (Sal., 29, 7): No seré mudado de este estado para siempre. Pues esperaos un poco, alzará Dios un tanto la mano, cesarán esos favores y regalos extraordinarios, y veréis lo que pasa. [Apartasteis, Señor, un poco vuestro rostro de mí y luego quedé turbado]. Os dejará Dios en vuestra pobreza, y haréis de las vuestras, y conoceréis por vuestro mal, después de caído, lo que no quisisteis conocer cuando erais favorecido y visitado de Dios. 

Y la causa de la caída y negación del Apóstol San Pedro, dice también San Basilio, que fue el haber presumido y confiado vanamente en sí (Mt., 26, 33-35): [Aunque sea menester morir contigo, no te negaré; y aunque todos se escandalicen por tu causa, yo jamás me escandalizaré]. Porque dijo con arrogancia y presunción que aunque todos se escandalizasen, él no se escandalizaría, sino que antes moriría, por eso permitió Dios que cayese para que se humillase y conociese. Nunca hemos de apartar los ojos de nosotros mismos, ni tenernos por seguros en esta vida; sino mirando lo que somos, andar siempre con grande temor de nosotros mismos y con grande recato y cuidado, no nos haga alguna traición este enemigo que traemos con nosotros, y nos arme alguna zancadilla con que nos haga caer. 

De manera que así como no hemos de parar en el conocimiento de nuestras miserias y flaquezas, sino pasar luego al conocimiento de la bondad de Dios, así tampoco hemos de parar en el conocimiento de Dios y de sus misericordias y favores, sino tornar luego a bajar los ojos a nosotros mismos. Esta es la escala de Jacob, que por una parte está fija en la tierra de nuestro propio conocimiento, y por otra llega a la cumbre del Cielo. Por aquí habéis de subir y bajar, como subían y bajaban los ángeles por aquélla. Subid al conocimiento de la bondad de Dios; y no paréis ahí, porque no vengáis en presunción, sino tornad a bajar al conocimiento de vos mismo; y no paréis ahí, porque no desmayéis y desconfiéis, sino tornad a subir al conocimiento de Dios para tener confianza en Él; todo ha de ser subir y bajar por esta escala. 

De esta manera usaba este ejercicio Santa Catalina de Sena para librarse de diversas tentaciones que el demonio le traía, como ella misma lo cuenta en los Diálogos (c. 67); cuando el demonio la tentaba por confusión, queriéndola hacer entender que toda su vida había sido un engaño, entonces ella se alzaba y levantaba en la misericordia de Dios con humildad, diciendo: Yo confieso a mi Criador que mi vida toda ha sido tinieblas, más yo me esconderé en las llagas de Jesucristo crucificado y me bañare en su sangre, y así habrá consumido mis maldades, y me gozaré en mi Criador y Señor. [Lavadme y seré emblanquecido más que la nieve] (Sal., 50, 9). Y cuando el demonio la quería levantar por soberbia con la contraria tentación, diciendo: Tú eres perfecta y agradable a Dios, y no es menester que más te aflijas, ni que llores más tus defectos, entonces ella se humillaba, y respondía al demonio, diciendo: ¡Miserable de mí! San Juan Bautista no hizo jamás pecado o fue santificado en el vientre de su madre, y no por eso dejó de hacer tanta penitencia, y yo he cometido tantos defectos, y nunca los he llorado ni conocido como debiera. Con esto el demonio no pudiendo sufrir tanta humildad por una parte, ni tanta confianza en Dios por otra, la dijo: Maldita seas tú y quien te lo enseñó, que no sé por dónde te entre; que si yo te abato por confusión, tú te levantas en alto a la misericordia de Dios; y si te levanto, te abajas hasta el infierno por humildad, y, dentro del mismo infierno me persigues. Y así la dejaba, porque volvía con grande pérdida. Pues de esta manera hemos nosotros de usar de este ejercicio y andaremos por una parte temerosos y recatados, y por otra esforzados y regocijados; temerosos de nosotros mismos, y esforzados y alegres en Dios. Estas solas dos lecciones que aquel Santo (Kempis) dice da Dios cada día a sus escogidos: una de ver sus defectos y otra de ver la bondad de Dios que con tanto amor se los quita. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J