domingo, 23 de febrero de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XVII)


CAPÍTULO 17 

Declarase más la perfección a que hemos de procurar 
subir en este segundo grado de humildad. 

San Juan Clímaco añade otro punto a lo dicho, y dice que así como los soberbios aman tanto la honra y estimación, que para ser más honrados y estimados de los hombres, muchas veces fingen y dan a entender lo que no tienen, como más nobleza o más riqueza, y más habilidades y partes de las que tienen, así es altísima humildad que llegue uno a tener tanto deseo de ser despreciado y tenido en poco, que para alcanzar esto procure en casos fingir y dar a entender algunas faltas que no tenga, para que así sea tenido en menos. Tenemos, dice, en esto ejemplo en aquel Padre Simeón, que oyendo que el Adelantado de la provincia le venía a visitar como a varón famoso y santo, tomó en las manos un pedazo de pan y queso, y asentado a la puerta de su celda, comenzó a comer aquello a manera de tonto; y visto esto, el Adelantado le despreció; de lo cual quedó él muy contento, porque alcanzó lo que pretendía. Y de otros Santos leemos ejemplos semejantes: como de San Francisco, cuando se puso a amasar el barro con los pies para huir la honra y recibimiento que le querían hacer; y de fray Junípero, cuando se puso a columpiar con los muchachos por el mismo fin.  

Miraban estos Santos que el mundo despreció al Hijo de Dios, que es sumo e infinito Bien; y viendo que el mundo es tan mentiroso y falso, y que fue engañado en no conocer una tan clarísima luz, como era el Hijo de Dios, y en honrar al que era verdaderísima honra, toman tanto odio y aborrecimiento con el mundo y su estimación, que reprueban aquello que el mundo aprueba, y aquello aprecian y aman que el mundo aborrece y desprecia; y así huyen con mucho cuidado de ser preciados y estimados de quien despreció a su Dios y Señor, y tienen por grande señal de ser amados de Cristo el ser despreciados del mundo con El y por Él. Esta es la causa por qué gustaban tanto los Santos de los oprobios y deshonras del mundo, y hacían tantos ensayos para alcanzar este desprecio. Verdad es, dice San Juan Climaco, que muchas cosas de éstas fueron hechas por particular instinto del Espíritu Santo, y así más son para admirarnos de ellas que para imitarlas; sin embargo, aunque no lleguemos a hacer con efecto aquellas locuras santas que hacían los Santos, habemos de procurar imitarlos en el amor y deseo grande que tenían de ser despreciados y tenidos en poco. 

San Diádoco pasa adelante y dice que hay dos maneras de humildad: la primera es de los medianos que van aprovechando, pero están todavía en pelea, y son combatidos de pensamientos de soberbia y de malos movimientos, aunque procuran con la gracia del Señor resistirlos y desecharlos humillándose y confundiéndose. Otra humildad hay de perfectos, y es cuando el Señor comunica a uno tanta luz y conocimiento de sí mismo, que le parece que ya no se puede ensoberbecer, ni parece que le pueden venir movimientos de soberbia y elvación, entonces tiene el ánima una humildad eterno natural, que aunque obra grandes cosas, no se levanta nada por eso, ni se tiene en más, sino antes se tiene por menor de todos. Y entre estas dos maneras de humildad hay, dice, esta diferencia, que la primera comúnmente está con dolor y con alguna tristeza y pena, al fin como en gente que no ha alcanzado perfecta victoria de sí mismos, sino que todavía siente en sí alguna contradicción, que ésa es la que causa la pena y tristeza, cuando se ofrece la ocasión de la humillación y desestima, y lo que hace que aunque la lleve con paciencia, no la lleve con alegría, porque todavía hay allá dentro quien haga alguna resistencia por no estar acabadas de vencer las pasiones. Pero la segunda humildad no está con pena ni dolor alguno, antes con mucha alegría se está uno en aquella confusión y vergüenza delante del Señor, y en aquella desestima y desprecio de sí mismo, como quien no tiene ya quien le haga resistencia, por haber vencido y sujetado las pasiones y vicios contrarios, y alcanzado perfecta victoria de sí mismo. 

Y de ahí es también, dice el Santo, que los que tienen la primera humildad, se turban y mudan con las adversidades y prosperidades y diversos sucesos de esta vida; pero los que tienen la segunda humildad, ni las cosas adversas les turban, ni las prósperas les desvanecen ni engríen, ni causan en ellos vano contentamiento, sino siempre permanecen en su ser y gozan de grande paz tranquilidad, como gente que ha alcanzado la perfección y es superior a todos esos sucesos. Al que desea ser tenido en poco y se huelga con eso, no hay cosa que le inquiete, ni le dé pena; porque si lo que le podía dar alguna, que es ser olvidado y desestimado, eso desea él y ese es su gusto y contento, ¿qué le podrá inquietar, ni dar pena? Si en aquello en que los hombres parece que le podían hacer guerra siente él mucha paz, nadie le podrá quitar su paz. Y así, dice San Crisóstomo que este tal ha hallado paraíso y bienaventuranza en la tierra. [¿Porque quién más dichoso que el que se halla en ese estado? Este tal está perennemente de asiento en el puerto, libre de toda borrasca, y goza de la serenidad y bonanza de sus pensamientos]. 

Pues a esta perfección de humildad hemos de procurar llegar. Y no se nos haga esto imposible, porque con la gracia de Dios, dice San Agustín, no solamente los Santos, sino al Señor de los Santos podemos imitar, si queremos; porque el mismo Señor dice que aprendamos de El (Mt., 11, 29). [Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón]. Y el Apóstol San Pedro dice que nos dio ejemplo para que le imitemos (1 Pedro 2, 21): [Cristo padeció por nosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas]. San Jerónimo, sobre aquellas palabras de Cristo [Si quieres ser perfecto] (Mt., 19. 21), dice que de estas palabras se colige manifiestamente que está en nuestra mano ser perfecto, pues Cristo dice, si queréis: Porque si dijereis, no tengo fuerzas, bien sabe Dios de nuestra flaqueza (Prov., 24, 12). y con todo eso dice que podréis, si queréis, porque Él está a punto para ayudarnos, si nosotros queremos, y con su ayuda todo lo podremos. 

Vio Jacob una escala, dice el Santo, que llegaba desde la tierra al Cielo, y que subían por ella ángeles y bajaban, y al fin de la escala, en lo alto de ella, estaba sentado el Todopoderoso Dios, para dar la mano a los que subían, para animarlos al trabajo de la subida con su presencia. Pues procurad vos subir por esta escala y por estos grados que hemos dicho, que Él os dará la mano para que lleguéis hasta el último escalón. Al caminante que ve de lejos algún puerto muy alto, parécele imposible la subida; mas cuando llega cerca, y ve el camino hollado, hácesele muy fácil. 


EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.