miércoles, 20 de agosto de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXI)


CAPÍTULO 21 

Que el camino cierto para ser tenido y estimado de los 
hombres es darse a la virtud y a la humildad. 

Si con todo lo que hemos dicho no acabáis de dejar los humos y perdéis los bríos y deseos de honra y estimación, sino que decís que al fin es gran cosa tener buen crédito y opinión cerca de los hombres, y que importa eso mucho para la edificación y para otras cosas, y que el Sabio nos aconseja que tengamos cuidado de esto (Eccli., 41. 15): [Ten cuidado do la buena fama], digo que sea en buena hora; yo soy contento que tengáis cuidado de conservar el buen nombre que tenéis, y de que seáis tenido y estimado en mucho de los hombres. Pero os hago saber que de la manera que lo deseáis vais muy errado, aun para alcanzar eso mismo que pretendéis; por ahí nunca lo alcanzaréis, sino antes al contrario. El camino seguro y cierto, por el cual sin duda vendréis a ser muy tenido y estimado de los hombres, dice San Crisóstomo, es el de la virtud y humildad. Procurad vos ser muy buen religioso y el menor y más humilde de todos, y de parecerlo en vuestro modo de proceder y en las ocasiones que se os ofrecieren, y de esa manera seréis muy tenido y estimado de todos. Esa es la honra del religioso que dejó el mundo, a quien le parece mejor la escoba en la mano, y el vestido pobre, y el oficio bajo y humilde, que al caballero las armas y el caballo; y por el contrario, el desear y buscar ser tenido y estimado de los hombres, es grande afrenta y deshonra suya. Así como sería grande afrenta y deshonra salirse de la Religión y volverse al mundo, y con razón harían los hombres burla de él, porque comenzó a edificar y no lo pudo acabar (Lc., 4, 30), así lo es desear y pretender ser tenido y estimado de los hombres; porque eso es volverse al mundo con el corazón; porque eso es lo más fino del mundo, y lo que vos dejasteis y huisteis cuando os acogisteis a la Religión. 

¿Queréis ver claramente cuán vergonzosa y afrentosa cosa es desear ser tenido y estimado de los hombres en quien profesa tratar de perfección? Salga a luz ese deseo, de manera que echen de ver los otros que lo deseáis, y veréis cuán afrentado y corrido quedaréis vos mismo de que eso se entienda. Tenemos un ejemplo muy bueno de esto en el sagrado Evangelio. Cuentan los Evangelistas que iban una vez los Apóstoles con Cristo nuestro Redentor algo apartados de Él, que les parecía a ellos que no les oiría, e iban disputando y contendiendo entre sí quién de ellos era el mayor y más principal (Lc., 22, 24), y llegados a casa, en Cafarnaún, les preguntó: ¿Qué era aquello que veníais tratando por el camino? Dice el sagrado Evangelio (Mc., 9, 33) que se hallaron los pobres tan corridos y avergonzados de ver descubierta su pretensión y ambición, que no tuvieron boca para responder. Entonces toma la mano el Salvador del mundo y les dice: Mirad, discípulos míos, entre los del mundo y los que siguen sus leyes, lo que gobiernan y mandan son tenidos por grandes, empero en mi escuela es al revés: el mayor ha de ser el menor, y el que ha de servir a todos. [Si alguno quisiere ser el primero, ha de ser el último y el servidor de todos]. En la casa de Dios y en la Religión, el humillarse y abatirse es ser grande. El hacerse uno el menor de todos le hace ser tenido y estimado en más que todos. Esa es la honra acá en la Religión, que esa otra que vos pretendéis no es honra, sino deshonra y en lugar de alcanzar ser tenido y estimado, venís por ahí a ser desestimado y tenido en menos que todos, porque quedáis en reputación de soberbio, que es la mayor baja que podéis dar. En ninguna cosa perderéis tanto como en que se entienda que deseáis y pretendéis ser tenido y estimado de los hombres y que andáis mirando en puntillos, y que os sentís de cosillas de éstas. 

Y así dice muy bien San Juan Climaco que la vanagloria muchas veces fue causa de ignominia a los suyos, porque los hizo caer en cosas con que descubriendo su vanidad y ambición, vinieron en gran vituperio y confusión. No mira el soberbio que en cosas que dice y hace para que le estimen, descubre su apetito desordenado de soberbia, y así, de donde pretendía sacar estimación, saca vituperio y confusión. 

Añade San Buenaventura que la soberbia ciega de tal manera el entendimiento, que muchas veces mientras más soberbia hay, menos se conoce, y así, como ciego, hace y dice el soberbio tales cosas, que si cayera en la cuenta, aunque no fuera por Dios, ni por la virtud, sino solamente por esa misma honra y estimación que desea, no las dijera ni hiciera en ninguna manera. Cuántas veces acontece que se siente y se queja uno porque no hicieron caso de él en tal ocasión, o porque prefirieron a otro en tal cosa, pareciéndole que se le debía aquello a él, y que le hacen agravio en ello, y que redundará en deshonor y desestima y nota suya, y que los otros lo echarán de ver y repararán en ello, y con este título y color da a entender su sentimiento y pretensión; con lo cual queda en realidad de verdad más notado y desestimado, porque queda tenido por soberbio y por hombre que mira en puntos de honra, que acá en la Religión es cosa muy aborrecible; y si disimulara en aquella ocasión, y se descuidara de sí, y que hicieran los superiores lo que quisieran, ganara mucha honra y fuera muy estimado por ello. 

De manera que aunque no fuese por vía de espíritu, sino en ley de prudencia y buen juicio, y aun en ley de mundo, el camino verdadero y cierto para ser uno tenido y estimado, querido y amado de los hombres, es darse uno muy de veras a la virtud y humildad. Aun allá se dice de Agesilao, rey de los lacedemonios, y grande sabio entre ellos, que preguntado de Sócrates cómo haría que todos tuviesen estima y buen concepto de él, respondió: «Si procuras ser tal cual deseas parecer.» Y otra vez, siendo preguntado de lo mismo, respondió: «Si hablares siempre bien y obrares mejor.» Y de otro filósofo (Pindaro) se cuenta que tenía un grande amigo que en cualquiera ocasión decía grandes bienes de él; y diciéndole un día: «Mucho me debes, pues dondequiera que me hallo te alabo mucho y encarezco tus virtudes», respondió el filósofo: «Bien te lo pago en vivir de manera que no mientas en ninguna cosa de las que dijeres.» 

No queremos por esto decir que nos hemos de dar a la virtud y humildad por ser tenidos y estimados de los hombres, que eso sería soberbia y perversión grande; lo que decimos es que si procuráis ser humilde de veras y de corazón, seréis tenido y estimado en mucho, aunque vos no queráis: antes, mientras más huyereis la honra y estimación y deseareis ser tenido en menos, os irá ella siguiendo más, porque es como la sombra. Tratando San Jerónimo de Santa Paula, dice: «Huyendo de la honra y estimación, era más honrada y estimada; porque así como la sombra, mientras más uno huye de ella, más le sigue; y por el contrario, si vos queréis ir tras la sombra, ella huirá de vos, y mientras más corriereis tras ella más huirá que no la podréis alcanzar; así es la honra y estimación.» 

Este medio nos enseñó Cristo nuestro Redentor en el sagrado Evangelio, declarando el modo para tener los lugares y asientos más honrosos en los ayuntamientos (Lc., 14, 8): Cuando fuereis convidado, no os sentéis en el primer lugar, porque por ventura estará convidado otro más honrado que vos, y viniendo os dirán que le dejéis aquel lugar, entonces iréis bajando hasta el postrero con gran vergüenza y confusión vuestra; sino lo que habéis de hacer es sentaros en el postrer lugar, para que cuando venga el que os convidó os haga subir más arriba, y de esa manera quedaréis honrado delante de todos. Que es lo que el Espíritu Santo había dicho antes por el Sabio (Prov., 25, 6): [No hagas del grande delante del rey, ni te pongas en el lugar de los magnates; porque mejor es que te digan: sube acá, que no que seas humillado delante del príncipe]. Y concluye la parábola diciendo: Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado. ¿Veis como no sólo delante de Dios sino también delante de los hombres, el humilde que escoge el lugar bajo y despreciado es tenido y estimado y, por el contrario, el soberbio que desea y pretende el primer lugar y los mejores puestos y más honrosos, es despreciado y tenido en menos? 

Exclama San Agustín y dice: «¡Oh humildad santa, cuán desemejante eres a la soberbia! La soberbia, hermanos míos, echó a Adán del Paraíso, pero la humildad subió allá al ladrón. La soberbia dividió y confundió las lenguas de los gigantes; la humildad juntó en una las que estaban divididas. La soberbia convirtió en bestia al rey Nabucodonosor; pero la humildad hizo a José señor de Egipto y príncipe del pueblo de Israel. La soberbia anegó al Faraón; pero la humildad levantó y ensalzó a Moisés.» 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.