jueves, 26 de febrero de 2015

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXVIII)

 

CAPÍTULO 28

Cómo hemos de traer examen particular 
de la virtud de la humildad 

El examen particular, como dijimos en su lugar, siempre se ha de hacer de una cosa sola, porque de esta manera es más eficaz este medio y de mayor efecto que si lo trajésemos de muchas cosas juntas; y se llama particular, porque se hace de una cosa sola. Y es de tanta importancia esto, que aun un vicio o una virtud, muchas veces, y aun lo más ordinario, es menester tomarla por partes y poco a poco para poder alcanzar lo que se desea. Pues así es en esta virtud; si queréis traer examen de desarraigar la soberbia de vuestro corazón y alcanzar la virtud de la humildad, no lo habéis de tomar en general porque la soberbia o la humildad comprende mucho, y si lo tornáis así a bulto o en general: No he de ser soberbio en nada, sino en todo humilde; es mucho examen y más que si lo trajerais de dos y tres cosas juntas, y así no haréis nada; sino lo habéis de tomar poco a poco, por partes. Mirad en qué soléis principalmente sentir falta de humildad y tener soberbia, y de eso comenzad; y en concluyendo con una cosa particular, tornad a pechos otra, y después otra, y de esa manera poco a poco iréis desarraigando de vos el vicio de la soberbia y alcanzando la virtud de la humildad. Pues estas cosas iremos ahora dividiendo y desmenuzando, para que así podamos hacer mejor y con más provecho el examen particular de esta virtud tan necesaria. 

Sea lo primero, de no hablar palabras que puedan redundar en nuestra alabanza y estima. Como nos es natural este apetito de honra y estimación, y le tenemos tan arraigado en el corazón, casi sin sentir ni advertir en ello, se nos va la lengua a decir palabras que puedan redundar en nuestro loor, directa o indirectamente (Mt., 12, 34): [porque de la abundancia del corazón habla boca]. En ofreciéndose alguna cosa honrosa, luego nos querríamos hacer parte en ella: Yo me hallé allí y aun fui en que se hiciese así; si no fuera por mí, etc. Desde el principio se me ofreció a mí aquello. Yo aseguro que si la cosa fuera no tal, que aunque os hubierais hallado y sido parte en ella, que lo callarais. Y a este modo hay otras palabras que muchas veces no echamos de ver hasta después que las hemos dicho; y así es muy bueno traer examen particular de esto, para que en esa advertencia y costumbre buena quitemos esa otra mala y casi connatural que tenemos. 

Lo segundo sea lo que nos avisa San Basilio y es también de los Santos Jerónimo, Agustino y Bernardo, que no oigamos de buena gana que otro nos alabe y diga bien de nosotros; porque en esto hay también grande peligro. Dice San Ambrosio que cuando el demonio no nos puede derribar con pusilanimidad y desmayo, procura derribamos con presunción y soberbia; y cuando no nos puede derribar con deshonra, trata de que nos honren y alaben para derrocarnos por allí. Del bienaventurado San Pacomio se cuenta en su Vida que solía salir del monasterio e irse a partes más solitarias a orar, y cuando volvía, muchas veces venían los demonios; y como cuando viene un gran ejército con un capitán con grande acompañamiento, iban delante, haciendo mucho estruendo, y como que hacían lugar y quitaban los impedimentos, iban diciendo: «Apartad, apartad, haced lugar, haced lugar, que viene el Santo, que viene el siervo de Dios», para ver si podían por ahí levantarle y ensoberbecerle; y él se reía y hacía burla de ellos. Pues hacedlo vos así cuando oyereis que os alaban, o cuando vinieren pensamientos de vuestra estima. Haced cuenta que oís al demonio que os dice esas cosas, y reíos y haced burla de él, y así os libraréis de esa tentación. 

San Juan Clímaco cuenta una cosa muy particular acerca de esto. Dice que una vez el demonio descubrió a un monje los pensamientos malos con que combatía otro, para que oyendo el combatido de la boca del otro lo que pasaba en su corazón, le tuviese por profeta y le alabase y predicase por santo, y así se ensoberbeciese. De donde se verá cuánto estima el demonio que entre en nosotros esta soberbia y complacencia vana, pues con tantos ardides y mañas lo procura. Y así dice San Jerónimo: «Guardaos de las sirenas del mar, que encantan los hombres y les hacen perder el juicio». Es tan dulce música y tan suave a nuestros oídos la de las alabanzas de los hombres, que no hay sirenas que así encanten y hagan a uno salir de sí, y por eso es menester hacernos sordos y tapar los oídos. San Juan Clímaco dice que cuando nos alaban pongamos delante nuestros pecados, y nos hallaremos indignos de las alabanzas que nos dan, y así sacaremos de ellas más humildad y confusión. Pues esta puede ser la segunda cosa de que se puede traer examen particular, de no holgaros que otro os alabe y diga bien de vos. Y con ésta se puede juntar el holgaros cuando alaban y dicen bien de otro, que es otra cosa particular de mucha importancia. Y cuando tuviereis algún sentimiento o movimiento de envidia de que alaban y dicen bien de otro, o alguna complacencia o contentamiento vano de que dicen bien de vos apuntadlo por falta. 

La tercera cosa de que podemos traer examen particular es de no hacer cosa alguna por ser vistos y estimados de los hombres, que es lo que nos avisa Cristo nuestro Redentor en el Evangelio (Mt., 6, 1): [Guardaos no hagáis vuestras obras buenas delante de los hombres para ser vistos de ellos; de otra manera, no tendría galardón de vuestro Padre, que está en los Cielos.] Este es un examen muy provechoso y se puede dividir en muchas partes; primero se puede traer de no hacer las cosas por respetos humanos; y después de hacerlas puramente por Dios; y después de hacerlas muy bien hechas, como quien las hace delante de Dios, y como quien sirve a Dios y no a hombres, hasta llegar a hacer las obras de tal manera, que más parezca que estamos en ellas amando que obrando, como dijimos largamente tratando de la rectitud y puridad de intención que hemos de tener en las obras. 

La cuarta cosa de que podemos traer examen particular es de no nos excusar; porque también nace de soberbia, que, en haciendo la falta o en diciéndonosla, luego la queremos excusar, y sin sentir echamos una excusa tras otra; y aun de habernos excusado querernos luego dar otra excusa [para excusar las excusas en los pecados] (Sal., 140, 4). San Gregorio sobre aquellas palabras de Job (31, 33): [Si escondí como hombre mi pecado, y encubrí en mi seno mi maldad], pondera muy bien aquél como hombre; dice que es muy propio del hombre querer encubrir y excusar su pecado, porque nos viene de casta ese vicio, y le heredamos de nuestros primeros padres. En pecando que pecó el primer hombre, luego se fue a esconder entre los árboles del Paraíso; y reprendiéndole Dios de su desobediencia, luego se excusó con la mujer (Gen., 3, 12): Señor, la mujer que me disteis por compañera me hizo comer. Y la mujer se excusó con la serpiente: [La serpiente me engañó y comí.] Les pregunta Dios de su pecado, para que conociéndole y confesándole alcanzasen perdón de él. Y así, dice San Gregorio, no preguntó a la serpiente, porque a ésa no la había de perdonar. Y ellos, en lugar de humillarse y conocer su pecado para alcanzar perdón, le acrecientan y hacen mayor excusándole, y aun queriendo en alguna manera echar la culpa a Dios: Señor, la mujer que Vos me disteis fue causa de esto; como si dijera: Si Vos no me la hubieseis dado por compañera, no hubiera nada de esto. La serpiente que Vos criasteis y dejasteis entrar en el Paraíso, ésa me engañó; que si Vos no la hubieseis dejado entrar acá, no pecara yo. 

Dice San Gregorio: Como habían oído de la boca del demonio que serían semejantes a Dios, ya que ellos no pudieron ser semejantes a Él en la divinidad, le quisieron hacer semejante a sí en la culpa, y así la hacen mayor defendiéndola que había sido cometiéndola. Pues como hijos que somos de tales padres, al fin como hombres, nos quedamos con esta enfermedad y con este vicio y mala costumbre, que en reprendiéndonos por alguna falta, luego la queremos encubrir con excusas, como debajo de unas hojas y ramas. Y algunas veces no se contenta uno con excusar a sí, sino quiere echar la culpa a otros. 

Compara un Santo a los que se excusan al erizo, que cuando siente que le quieren tomar o tocar, encoge con grandísima velocidad la cabeza y los pies, y queda por todas partes rodeado de espinas, hecho una bola, que no le podréis tomar ni tocar sin punzaros primero. De esta manera, dice este Santo, son los que se excusan, que si los queréis tocar y les decís la falta que hicieron, luego se defienden como el erizo. Y unas veces os punzarán a vos, dándoos a entender que también vos habéis menester aquello; otras, diciéndoos que también hay regla que no reprenda uno a otro; otras, diciendo que otros hacen mayores faltas y se disimulan. Llegaos a tocar el erizo y veréis si punza. Todo esto nace de la mucha soberbia que tenemos, que no querríamos que se supiesen nuestras faltas, ni ser tenidos por defectuosos; y más nos pesa de que se sepan y de la estima que por ello perdemos, que de haberlas hecho, y así las procuramos encubrir y excusar cuanto podemos. Y hay algunos tan inmortificados en esto, que aun antes que les digan nada, ellos previenen y se excusan, y quieren dar razón de lo que les pueden oponer: Si hice aquello fue por esto, y si hice lo otro fue por esto otro. ¿Quién os pica ahora, que así saltáis? El estímulo y aguijón de la soberbia que tienen allá dentro en la entrañas, ese les pica y les hace saltar con eso, aun antes de tiempo. 

Pues el que sintiere en sí este vicio y mala costumbre, será bien traer examen particular de ello, hasta que no os venga gana de encubrir vuestra falta, sino que antes os holguéis ya que la hicisteis, de que os tengan por defectuoso, en recompensa y satisfacción de ella. Y aunque no hayáis hecho la falta y os reprendan por ella, no os excuséis: que cuando el superior quisiere saber la causa o razón que tuvisteis para hacer aquello, él la sabrá preguntar; y por ventura la sabe ya, sino que quiere probar vuestra humildad y ver cómo tomáis la reprensión y el aviso. 

Lo quinto, es también buen examen el de cortar y cercenar pensamientos de soberbia. Es uno tan soberbio y vano, que le vienen muchos pensamientos vanos y altivos, imaginándose en puestos altos y en tales ministerios: ya os halláis predicando en vuestra tierra con grande aceptación e imaginando que hacéis mucho fruto; ya os halláis leyendo o disputando en tales conclusiones con gran aplauso de los circunstantes, o en otras cosas semejantes. Todo esto nace de la soberbia grande que tenemos, que está brotando y reventando en esos pensamientos; y así es muy bueno traer examen particular de cercenar cortar luego estos pensamientos altivos y vanos, como lo es también de atajar y cortar luego los pensamientos deshonestos y de juicios y de otro cualquier vicio de que uno es molestado. 

Lo sexto, será también buen examen de tenerlos a todos por superiores, conforme a lo que nos dice nuestra regla: Que nos animemos a la humildad, procurando y deseando dar ventaja a los otros, estimándolos en nuestra ánima a todos, como si nos fuesen superiores, y exteriormente teniéndoles el respeto y reverencia que sufre el estado de cada uno, con llaneza y simplicidad religiosa; que es tomada del Apóstol (Filip., 2, 3; Rom., 12, 10). Aunque en lo exterior haya de haber diferencia, conforme a los estados y personas; pero cuanto a la humildad verdadera e interior de nuestra ánima, quiere nuestro Padre que, así como llamó mínima a esta Compañía y Religión, así cada uno de ella se tenga por el mínimo de todos, y que a todos los tenga por superiores y mejores. Pues éste será muy buen examen y muy provechoso, con tal que esto no sea solamente especulación, sino que en la práctica y ejercicio procuréis haberos con todos con aquella humildad y respeto como si os fuesen superiores. Porque si vos tenéis al otro por superior, no le hablaréis con libertad ni aspereza, y mucho menos palabras que le puedan lastimar o mortificar, ni le juzgaréis tan fácilmente, ni os sentiréis de que él os trate o hable de esta u otra manera; y así, todas estas cosas habéis de notar y apuntar por faltas cuando traéis examen de esto. 

La séptima cosa de que podemos traer examen particular en esta materia es de llevar bien todas las ocasiones que se os ofrecieren de humildad. Soléis os sentir cuando el otro os dice la palabrilla, o cuando os mandan con resolución o con imperio, o cuando os parece que no hacen tanto caso de vos como de los otros. Traed examen de llevar bien ésas y las demás ocasiones que se os ofrecieren, que pueden redundar en estima vuestra. Este es un examen de los propios y provechosos que podemos traer para alcanzar la virtud de la humildad; porque fuera de irnos en esto previniendo para todo lo que se nos ofrece y hemos menester entre día, podemos en este examen ir creciendo y subiendo por aquellos tres grados que pusimos en la virtud. Primero, podéis traer examen de llevar todas esas cosas con paciencia; después, llevarlas con prontitud y facilidad, hasta que no reparéis ni hagáis caso de nada de eso; después, lo podéis traer de llevarlas con alegría y holgaros en vuestro desprecio, en que dijimos consistía la perfección de la humildad. 

Lo octavo de que puede uno traer examen particular, así en esta materia como en otras semejantes, es de hacer algunos actos y ejercicios de humildad, u otra virtud de que trajere examen, así interiores como exteriores, actuándose en aquello tantas veces a la mañana y tantas a la tarde, comenzando con menos actos y yendo añadiendo más, hasta que vaya ganando hábito y costumbre de aquella virtud. De esta manera, divididos los enemigos, y tomando a cada uno por sí, se vence mejor y se alcanza más brevemente lo que se desea. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y  
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.