jueves, 16 de julio de 2015

MILAGROS Y PRODIGIOS DEL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN - 40


SE REDUCE UN OBSTINADO A CONFESARSE LUEGO 
QUE VISTE EL SANTO ESCAPULARIO

Había un opulento comerciante (dice Fr. Juan Bonet), que engolfado todo en sus lucros y ganancias ilícitas, con el afán y solicitud de aquéllos a quien el deseo de aumentarlas trae siempre inquietos, el temor a perderlas, desvelado, y el dolor de dejarlas, taciturnos y macilentos; uno de éstos que por aumentar sus intereses andan noche y día molidos y fatigados, mas, tan ciegamente divertidos, que todo cuanto no sea esto no es para ellos descanso, pues no lo tienen por medro. Este infeliz, esclavo del oro y de la usura, arrastraba una vida misérrima. Y como la salud corporal es delgado y sutil viento que con facilidad se torna o se muda, nave que, cuando más próspera navega, tropieza en el escollo de una mortal enfermedad, enfermó el infeliz corporalmente, mas fue para recobrar la salud del espíritu. Fue creciendo su enfermedad hasta ponerle en tal situación en que aun el más distraído y necio solicita el morir como un buen cristiano. Pero no lo fue así en nuestro hombre, pues con la dolencia creció en él la obstinación, siendo su corazón cual roca granítica contra la que se estrellaron todas las persuasiones y amonestaciones.

Cierto día, su amante esposa, mujer piadosísima, advirtiendo tan cercana su muerte como viva y pertinaz su obstinación, acariciando sus durezas con palabras por demás suaves y amorosas le dijo: "¿No te he de deber siquiera que vistas el Santo Escapulario de la Virgen, en el que yo tengo tanta fe, a fin de que la Santísima Virgen te conceda la salud?" A lo cual le respondió malhumorado el infeliz: "Todo cuanto no sea el confesarme ya sabes que te lo concedo. La piadosa mujer, que era devotísima de la Santísima Virgen, y que llevaba con sumo fervor su Santo Escapulario desde muy niña, viendo un rayo de luz y de esperanza en tal condescendencia, envió sin tardanza a buscar a un Padre Carmelita para que viniese a imponérselo y explicarle los privilegios vinculados a él por la Santísima Virgen. Al punto que lo recibió y sintió sobre su pecho su amorosa caricia, lo besó con suma ternura y respeto y al punto comenzó a decir, entre humilde, confuso y contrito: "Confesión, padre mío, deseo que me absolváis".

¡Oh, mutación extraña y prodigiosa, ella misma nos dice que no pudo ni puede proceder sino de la diestra amorosa del Excelso!

Hizo una ferviente confesión; recibió con grandes muestras de piedad los últimos Sacramentos, y el tiempo que le restó de vida lo empleó en fervorosos actos de amor a Dios y en ordenar cuanto se debía restituir de todo lo mal habido o adquirido durante su vida de comerciante, dando ejemplo, como Zaqueo, de generosidad y de grandeza de alma.

Se conmovió con la novedad todo el pueblo, y fueron innumerables los que asistieron a su sepelio, así de la ciudad como de los pueblos circunvecinos. Al entrar el féretro en la iglesia, como era costumbre en los pasados siglos, se oyó de súbito un horrísono y espantoso trueno, que dejó a todos los circunstantes atemorizados y confusos, al par que unas voces lastimeras y pavorosas repetían de vez en cuando, por los aires: "¡Oh, Escapulario del Carmen, cuántas almas nos arrebatas y de cuantos moradores privas al infierno!" ¡Ah, infernales furias, gemid oprimidas por tan santo yugo; publique, aunque violenta, vuestra infernal soberbia que su virtud os abate y refrena vuestro orgullo, para gloria de la Virgen Santísima, nuestra dulce Madre, que así favorece a sus devotos hijos!

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.