miércoles, 17 de agosto de 2016

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXXVIII)


CAPÍTULO 38
De los favores y mercedes grandes que hace Dios a los humildes,
 y cuál es la causa de porqué los levanta tanto.

[Me vinieron todos los bienes juntamente con ella] (Sab., 7. 11 ). Estas palabras dice Salomón de la Sabiduría divina, que con ella le vinieron todos los bienes. Pero las podamos aplicar muy bien a la humildad, y decir que todos los bienes vienen con ella; pues el mismo Sabio (Prov., 11, 2) dice que donde hay humildad ahí está la sabiduría. Y en otra parte (Sáb., 8, 21) dice que tener esa humildad es suma sabiduría. Y el Profeta David (Sal., 18, 8) que a los humildes da Dios la sabiduría. Pero fuera de esto, en propios términos nos enseña esta verdad la Escritura divina, así en el Viejo como en el Nuevo Testamento, prometiendo grandes bienes y gracias de Dios, unas veces a los humildes, a los pequeñuelos, otras a las pobres de espíritu, llamando por estos y por otras tales nombres a los verdaderos humildes. ¿A quién miraré Yo, dice Dios por Isaías (66, 2), y en quién pondré los ojos sino en el humilde y en el pobrecito, en el que está temblando y confundiéndose delante Mi? En éstos pone Dios los ojos para hacerles mercedes y llenarlos de bienes. Y los gloriosos Apóstoles San Pedro (1 Pedro 5, 5) y Santiago (4, 6). en sus Canónicas, dicen: Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia. Lo mismo nos enseña la sacratísima Reina da los Ángeles en su Cántico (Lc., 1 52-53): El Señor abate a los soberbios y ensalza a los humildes: harta de bienes a los hambrientos y deja vacios a los que les parece que están ricos; que es lo que había dicho antes el Profeta (Sal., 17, 28): [Tú salvarás al pueblo humilde y humillarás los ojos altaneros]. Y lo que nos dice Cristo en el sagrado Evangelio (Lc., 14, 11): El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado. Así como las aguas se van corriendo a los valles, así las lluvias de las gracias de Dios se van a los humildes, y así como los valles, por las muchas aguas que recogen en sí, suelen ser fértiles y dar abundantes frutos, así los bajos en sus ojos, que son los humildes, aprovechan y dan mucho fruto, por los muchos dones y gracias que reciben de Dios. 

Dice San Agustín que la humildad atrae a sí al altísimo Dios: «Alto es Dios, y si os humilláis, desciende a vos; y si os levantáis y ensoberbecéis, huye de vos». ¿Sabéis por qué?, dice San Agustín, porque como dice el real Profeta (Sal., 137, 6), es Dios grande y soberano Señor, y mira a los humildes, y el mirarlos es llenarlos de bienes; y a los soberbios, dice que los ve de lejos. Porque así como acá, cuando vemos a uno de lejos no le conocemos, así no conoce Dios a los soberbios para hacerles mercedes. De verdad os digo que no os conozco, dice Dios a los malos y soberbios (Mt, 25, 12); San Buenaventura dice, que así como la cera blanda está dispuesta para recibir el sello que quieren imprimir en ella, así la humildad dispone el alma para recibir las virtudes y dones de Dios. En aquel convite que José hizo a sus hermano, al más pequeño cupo la mejor parte (Gen., 43, 34). 

Pero veamos cuál es la causa por la que levanta Dios tanto a los humildes y les hace tantas mercedes. La causa de esto es porque se le queda todo en casa; porque el humilde no se alza con nada, ni se atribuye a sí cosa alguna, sino todo se lo atribuye y vuelve enteramente a Dios, y a Él da la gloria y honra de todo (Ecccli., 3, 21). Pues en estos tales, dice Dios, bien podemos hacer, bien les podemos fiar nuestra hacienda y darles nuestros dones y riquezas, que no se nos levantarán ni alzarán con ellas. Y así hace Dios con ellos como en cosa propia, porque toda la gloria y honra se queda por suya. Aun acá vemos que un gran señor y un rey se precia y tiene por grandeza levantar a uno del polvo de la tierra, como dicen, y hacer en el que no era ni tenía nada; porque en eso se echa más de ver la liberalidad y grandeza del rey, y dicen después que aquél es hechura suya. Así dice el apóstol San Pablo (2 Cor., 4, 7): Tenemos los tesoros de las gracias y dones de Dios en vasos de barro, para que se entienda que esos tesoros son de Dios y no de nosotros; que el barro no lleva eso. 

Pues por eso levanta Dios a los humildes y les hace tantas mercedes. Y por eso deja vacíos a los soberbios; porque el soberbio confía mucho de sí y de sus diligencias e industrias, y se atribuye mucho a sí y toma vano contentamiento en los buenos sucesos de los negocios, como si por sus fuerzas y diligencias se hubieran hecho, y todo eso quita a Dios, alzándose, con la honro y gloria que es propia de su Majestad. En entrando un poco en oración, con tantica devoción, con una lagrimita que tengamos, nos parece que ya somos espirituales y hombres de oración. Y aun algunas veces nos preferimos a otros, y nos parece que los otros no están tan aprovechados, o que no son tan espirituales, ni van tan adelante en eso. Por esto no nos hace el Señor mayores mercedes, algunas veces nos quita lo que nos había dado, porque no se nos convierta el bien en mal, la salud en enfermedad, la triaca en ponzoña, y sean para mayor condenación nuestra los dones y beneficios recibidos, por usar nosotros mal de ellos; como al enfermo y de flaco estómago, aunque sea la vianda buena, como de una gallina, le dan poco, porque no tiene virtud para digerir más, y si le diesen más, se le corrompería y convertiría en mal humor. Aquel óleo del Profeta Eliseo nunca dejó de correr, hasta que faltaron vasos en que recibirle; y en faltando, dice la Sagrada Escritura (2 Reg., 4, 6), luego paró el óleo. Pues tal es el óleo de la divina misericordia, que por sí no se limita; de parte de Dios, no tienen limite sus gracias i misericordias (Isai. 59, 1). No ha estrechado ni encogido Dios su mano ni se ha mudado de condición; porque Dios no se muda, ni se puede mudar sino siempre permanece en su ser, y mas gana tiene El de dar, que nosotros de recibir. La falta está de parte de nuestra, que no tenemos vasos vacíos para recibir el óleo de las misericordias y gracias de Dios; estamos muy llenos de nosotros mismos y confiamos mucho de nuestros medios. La humildad y el propio conocimiento desembaraza y desarrima al hombre de sí mismo, haciéndole desconfiar de sí y de todos los medios humanos y que no se atribuya a sí nada, sino a Dios, y así a estos tales a manos llenas les hace El mercedes. [Humíllate a Dios y pon tu confianza en sus manos] (Eccli. 13, 9).


EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.