jueves, 6 de abril de 2017

ORACION ARDIENTE DE SAN LUIS MARIA GRIGNION DE MONTFORT PARA PEDIR APOSTOLES DE LOS ULTIMOS TIEMPOS


San Luis María Grignion de Montfort compuso esta excelente oración pidiendo apóstoles de los últimos tiempos, esta oración ardiente es muy conveniente recitarla con frecuencia y devoción en nuestros días dada la gran necesidad que tenemos de estos apóstoles de los últimos tiempos, ante la crisis horrorosa que padece Nuestra Santa Madre Iglesia, que la Santísima Virgen ya profetizo en la Salette, y la terrible situación en que actualmente se encuentra el mundo por vivir de espaldas a Dios.


ORACIÓN ARDIENTE

Acordaos, Señor, de vuestra Congregación, que hicisteis vuestra desde toda la eternidad (Sal 73, 2), pensando en ella en vuestra mente ab initio; que hicisteis vuestra en vuestras manos, cuando sacasteis el mundo de la nada, ab initio; que hicisteis vuestra en vuestro corazón, cuando vuestro querido Hijo, muriendo en la cruz, la regaba con su sangre y la consagraba por su muerte, confiándola a su Santa Madre.

Escuchad, Señor, los designios de vuestra misericordia; suscitad los hombres de vuestra derecha, tales como los habéis mostrado dando conocimiento profético de ello a algunos de vuestros mayores siervos: a San Francisco de Paula, a San Vicente Ferrer, a Santa Catalina de Sena y a tantas otras grandes almas en el último siglo pasado, y aun en este en que vivimos.


ORACIÓN A DIOS PADRE

Dios Todopoderoso, acordaos de esta Compañía aplicando a ella todo el poder de vuestro brazo, que no está acortado; para sacarla a luz y para llevarla a su perfección. Renueva los prodigios, repite los portentos, exalta tu mano, robustece tu brazo (Si 36, 5). ¡Oh Dios soberano, que de las piedras toscas podéis hacer otros tantos hijos de Abraham!; decid como Dios una sola palabra, para enviar buenos obreros a vuestra mies y buenos misioneros a vuestra Iglesia.

Dios de infinita bondad, acordaos de vuestras antiguas misericordias, y por estas mismas misericordias, acordaos de esta Congregación; acordaos de las promesas reiteradas que nos habéis hecho por vuestros profetas y por vuestro mismo Hijo, para que nos concedas todas nuestras justas peticiones. Acordaos de las plegarias que vuestros siervos y vuestras siervas os han hecho sobre este asunto desde hace tantos siglos: que sus votos, sus gemidos, sus lágrimas, la sangre por ellas derramada lleguen a vuestra presencia para solicitar poderosamente vuestra misericordia. Pero acordaos, sobre todo, de vuestro querido Hijo: No rechaces la faz de tu Ungido (Sal 131, 10). Su agonía, su confusión y su llanto amoroso en el Huerto de los Olivos cuando dice: ¿Qué provecho encuentras en mi sangre? (Sal 29, 10); su muerte cruel y su sangre derramada os gritan a voces misericordia, a fin de que por medio de esta Congregación sea establecido su imperio sobre las ruinas del de sus enemigos.

Acordaos, Señor, de esta Comunidad en los efectos de vuestra justicia, Es hora de que actúes, Señor, han quebrantado tu voluntad (Sal 118, 126). Es tiempo de hacer lo que habéis prometido. Vuestra divina Ley es quebrantada; vuestro Evangelio, abandonado; torrentes de iniquidad inundan toda la tierra y arrastran a vuestros mismos siervos; toda la tierra está desolada; la impiedad está sobre el trono; vuestro santuario es profanado y la abominación se halla hasta en el lugar santo. ¿Lo dejaréis abandonado así todo, Señor justo, Dios de las venganzas? ¿Vendrá todo, al fin, a ser como Sodoma y Gomorra? ¿Callaréis siempre? ¿Aguantaréis siempre? ¿No es menester que vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo y que venga vuestro reino? ¿No habéis mostrado de antemano a algunos de vuestros amigos una renovación futura de vuestra Iglesia? ¿No han de convertirse a la verdad los judíos? ¿No es esto lo que espera vuestra Iglesia? ¿No os piden a gritos todos los santos del cielo justicia? Hazme justicia (Lc 18, 3) ¿No os dicen todos los justos de la tierra: Amén, ven, Señor? (Ap 22, 20). Las criaturas todas, aun las más insensibles, gimen bajo el peso de los pecados innumerables de Babilonia y piden vuestra venida para restaurar todas las cosas. La creación entera está gimiendo (Rm 8, 22).


ORACIÓN A DIOS HIJO

Señor Jesús: Acordaos de dar a vuestra Madre una nueva Compañía, para renovar por ella todas las cosas y para acabar por María los años de la gracia, como los habéis comenzado por ella.

Dad hijos y siervos a vuestra Madre; si no, yo muero (Gn 30, 1)

Es por vuestra Madre por la que yo os lo pido. Acordaos de sus entrañas y de sus pechos, y no me rechacéis; acordaos de que sois su Hijo y escuchadme; acordaos de lo que Ella es para Vos y de lo que Vos sois para Ella, y cumplid mis deseos.

¿Qué es lo que os pido? Nada en mi favor, todo para vuestra gloria.

¿Qué es lo que os pido? Lo que Vos podéis, y aun, me atrevo a decirlo, lo que debéis concederme, como Dios verdadero que sois, a quien se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, y como el mejor de todos los hijos, que amáis infinitamente a vuestra Madre.

¿Qué es lo que os pido? sacerdotes libres con vuestra libertad, descarnados de todo, sin padre, sin madre, sin hermanos, sin hermanas, sin parientes según la carne, sin amigos según el mundo, sin bienes, sin estorbos, sin cuidados y aun sin voluntad propia.

Hombres libres: esclavos de vuestro amor y de vuestra voluntad; hombres según vuestro corazón, que, sin voluntad propia que los manche y los detenga, cumplan todas vuestras voluntades y arrollen a todos vuestros enemigos, como otros tantos nuevos Davides, con el báculo de la Cruz y la honda del santo Rosario en las manos.

Hombres libres: Nubes elevadas de la tierra y llenas de rocío celeste, que sin impedimento vuelan por todas partes según el soplo del Espíritu Santo. Son ellos, en parte, los que conocieron vuestros profetas cuando preguntaban: ¿Quienes son estos que vuelan como las nubes? (Is 60, 8) - Caminaban de frente, avanzaban a favor del viento del espíritu. (Ez 1, 12)

Hombres libres: Hombres siempre a vuestra mano. Prontos siempre a obedeceros, a la voz de sus superiores, como Samuel: Heme aquí (1 S 3,16), prestos siempre a correr y a sufrirlo todo con Vos y por Vos, como los Apóstoles: Vamos también nosotros y muramos con él. (Jn 11, 16)

Hombres libres: Verdaderos hijos de María, vuestra Santa Madre, engendrados y concebidos por su caridad, llevados en su seno, pegados a sus pechos, alimentados con su leche, educados por sus cuidados, sostenidos por su brazo y enriquecidos de sus gracias.

Hombres libres: Verdaderos siervos de la Virgen Santísima, que, como otros tantos Santo Domingo, vayan por todas partes con la antorcha brillante y ardiente del santo Evangelio en la boca y el santo Rosario en la mano, a ladrar como perros, abrasar como el fuego y alumbrar las tinieblas del mundo como soles; y que por medio de una verdadera devoción a María, es decir:

interior sin hipocresía,
exterior sin crítica,
prudente sin ignorancia,
tierna sin indiferencia,
constante sin liviandad y
santa sin presunción,

aplasten, por dondequiera que fueren, la cabeza de la antigua serpiente para que la maldición que Vos le echasteis se cumpla enteramente: Estableceré hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza (Gn 3, 15).


Verdad es, Dios soberano, que el demonio pondrá, como Vos lo habéis predicho, grandes acechanzas al carcañal de esta mujer misteriosa, es decir, a esta pequeña Compañía de sus hijos, que vendrán hacia el fin del mundo, y que habrá grandes enemistades entre esta bienaventurada descendencia de María y la raza maldita de Satanás; pero es una enemistad totalmente divina, la única de que Vos sois el Autor: Estableceré hostilidades.

Pero estos combates y estas persecuciones, que los hijos de la raza de Belial desencadenarán contra la raza de vuestra Santa Madre, sólo servirán para hacer brillar más el poder de vuestra gracia, la valentía de su virtud y la autoridad de vuestra Madre, puesto que Vos, desde el principio del mundo, le habéis dado el encargo de aplastar a este orgulloso, por la humildad de su corazón y de su planta: Ella te herirá en la cabeza.

Si no, yo muero. ¿No me está a mí mejor morir que veros, Dios mío, todos los días tan cruel y tan impunemente ofendido, que hallarme todos los días más y más en peligro de ser arrastrado por los torrentes de iniquidad que van creciendo? Mil muertes me serían más tolerables. O enviad socorros desde el cielo o llevaos mi alma. Si no tuviera la esperanza de que oiréis, pronto o tarde, a este pobre pecador en interés de vuestra gloria, como habéis oído a tantos otros. Si el afligido invoca al Señor; El lo escucha, pediría absolutamente con un profeta: Llévate mi alma. Pero la confianza que tengo en vuestra misericordia me hace decir con otro profeta: No moriré, sino viviré y contaré las obras del Señor (Sal 117, 17), hasta que con Simeón pueda decir: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto... (Lc 2, 29).


ORACIÓN A DIOS ESPÍRITU SANTO

Espíritu Santo, acordaos de producir y formar hijos de Dios, con vuestra divina y fiel Esposa María. Vos formasteis la cabeza de los predestinados con Ella y en Ella; con Ella y en Ella debéis formar todos sus miembros. Vos no engendráis ninguna persona divina en la Divinidad; pero sois, Vos solo, quien formáis fuera de la Divinidad todas las personas divinas; y todos los santos que han sido y serán hasta el fin del mundo son otras tantas obras de vuestro amor unido a María.

El reino especial de Dios Padre duró hasta el diluvio y terminó por un diluvio de agua; el reino de Jesucristo terminó por un diluvio de sangre; pero vuestro reino, Espíritu del Padre y del Hijo, continúa actualmente y se terminará por un diluvio de fuego, de amor y de justicia.

¿Cuándo vendrá este diluvio de fuego, de puro amor, que Vos debéis encender sobre toda la tierra de manera tan dulce y tan vehemente, que todas las naciones, los turcos, los idólatras, los mismos judíos se abrasarán en él y se convertirán? Sin que nada se sustraiga a su calor (Sal 18, 7). ¡Ojalá estuviera ardiendo! (Lc 12, 49). Que este divino fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra se encienda, antes que Vos encendáis el de vuestra cólera, que reducirá toda la tierra a cenizas. Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra (Sal 103, 30). Enviad este espíritu, todo fuego, sobre la tierra, para crear en ella sacerdotes todo fuego, por ministerio de los cuales la faz de la tierra sea renovada y vuestra Iglesia reformada.

Acuérdate de tu Congregación: es una Congregación, una asamblea, una selección, un apartado de predestinados, que Vos debéis hacer en el mundo y del mundo: Yo os he elegido del mundo (Jn 15, 19). Es un rebaño de corderos pacíficos que Vos debéis reunir en medio de tantos lobos; una compañía de castas palomas y de águilas reales en medio de tantos cuervos; un enjambre de abejas en medio de tantas avispas; una manada de ciervos ágiles entre tantas tortugas; un escuadrón de leones valerosos en medio de tantas liebres tímidas. ¡Oh Señor!: Reúnenos de entre las naciones (Sa1 105, 47). Congréganos, únenos para que se dé toda la gloria a vuestro nombre santo y poderoso.


LA COMPAÑIA DE MARÍA

Vos predijisteis esta ilustre Compañía a vuestro profeta, que habla de ella en términos muy oscuros y misteriosos, pero totalmente divinos:

1. Derramaste en tu heredad, ¡oh Dios!, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada (Sal 67, 10).

2. Y tu rebaño habita en la tierra que tu bondad, ¡oh Dios!, preparó para los pobres (Sal 67,11).

3. El Señor pronuncia un oráculo, millares pregonan la noticia (Sal 67, 12)

4. Los reyes de los ejércitos van huyendo, las mujeres reparten el botín (Sal 67,13)

5. Mientras reposabais en los apriscos, las palomas batieron sus alas de plata, el oro destellaba en sus plumas (Sal 67, 14)

6. Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes la niebla bajaba sobre el Monte Umbrío (Sal 67, 15).

7. Las montañas de Basan son altísimas, ¿porqué tenéis envidia, montañas escarpadas? (Sal 67, 16)

8. El monte escogido por Dios para habitar, morada perpetua del Señor. (Sal 67, 17)

¿Cuál es, Señor, esa lluvia voluntaria que Vos habéis preparado y escogido para vuestra heredad enferma sino estos santos misioneros, hijos de María, vuestra Esposa, que Vos debéis reunir y separar del pueblo, para bien de vuestra Iglesia, tan debilitada y manchada por los crímenes de sus hijos?

¿Quiénes son esos animales y esos pobres que morarán en vuestra heredad, y que serán alimentados en ella con la dulzura divina que Vos les habéis preparado, sino estos pobres misioneros abandonados a la providencia que rebosarán de vuestras delicias más divinas, sino los animales misteriosos de Ezequiel, que tendrán la humanidad del hombre por su caridad desinteresada y bienhechora para con el prójimo; la valentía del león por su santa cólera y su celo ardiente y prudente contra los demonios, hijos de Babilonia; la fuerza del buey por sus trabajos apostólicos y su mortificación contra la carne, y, en fin, la agilidad del águila por su contemplación en Dios? Tales serán los misioneros que Vos queréis enviar a vuestra Iglesia. Tendrán ojos de hombre para con el prójimo, ojos de león contra vuestros enemigos, ojos de buey contra sí mismos y ojos de águila para Vos.

Estos imitadores de los Apóstoles predicarán con gran poder, con mucho valor. Con gran fuerza y virtud, tan grande y tan resplandeciente, que removerán las almas y los corazones de los lugares en que prediquen. A ellos es a quienes daréis vuestra palabra: daré la palabra; vuestra misma boca y vuestra sabiduría: Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrán hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro (Lc 21, 15), a la que ninguno de vuestros enemigos podrá resistir.

Entre estos vuestros amados será donde Vos, en calidad de Rey de las virtudes, de Jesucristo el bien Amado, tendréis vuestras complacencias, puesto que ellos en todas sus misiones no tendrán más fin que el daros toda la gloria de los despojos que arrebatarán a sus enemigos: Los reyes de los ejércitos van huyendo, las mujeres reparten el botín (Sal 67, 13).

Por su abandono en manos de la Providencia y su devoción a María tendrán las alas plateadas de la paloma: es decir, la pureza de la doctrina y de las costumbres (Sal 67, 14). Y su espalda dorada: es decir, una perfecta caridad con el prójimo para soportar sus defectos y un gran amor para con Jesucristo para llevar su cruz. (VD 58).

Vos solo, como Rey de cielos y Rey de los reyes, separaréis de entre el pueblo estos misioneros como otros tantos reyes, para tornarlos más blancos que la nieve sobre el monte de Selmón, monte de Dios, monte abundante y fértil, monte fuerte y cuajado, monte en el que Dios se complace maravillosamente y en el que habita y habitará hasta el fin.

¿Quién es, Señor, Dios de verdad, este misterioso monte, del que nos decís tantas maravillas, sino María, vuestra querida Esposa, cuyos cimientos habéis puesto Vos sobre las cimas de los más altos montes? Él ha cimentado sobre el monte santo. Monte en la cima de los montes. (Sal 86, 1; Is 2, 2)

Dichosos y mil veces dichosos los sacerdotes que Vos habéis tan bien escogido y predestinado para morar con Vos en esta abundante y divina montaña, a fin de que lleguen a ser los reyes de la eternidad, por el desprecio de la tierra y su elevación en Dios; a fin de que se tornen más blancos que la nieve por su unión con María, vuestra Esposa, toda hermosa, toda pura y toda inmaculada; a fin de que se enriquezcan allí del rocío del cielo y de la grosura de la tierra, de todas las bendiciones temporales y eternas de que María está llena.

Desde lo alto de esta montaña es desde donde, como otros Moisés, lanzarán por sus ardientes plegarias dardos contra sus enemigos para abatirlos o convertirlos. En esta montaña será donde aprendan de la boca misma de Jesucristo, que en ella mora siempre, la inteligencia de sus ocho bienaventuranzas. 

En esta montaña de Dios será donde sean transfigurados con El sobre el Tabor; donde mueran con El, como en el Calvario, y de donde suban al cielo con El, como desde el monte de los Olivos.


LLAMAMIENTO FINAL

Acuérdate de tu congregación. A Vos solo es a quien toca el formar, por vuestra gracia, esta Congregación; si el hombre pone en ello el primero la mano, nada se hará; si mezcla de lo suyo con Vos, lo echará a perder todo, lo trastornará todo. Es vuestra obra, Dios soberano: haced vuestra obra, totalmente divina: juntad, llamad, reunid de todos los términos de vuestro dominio a vuestros elegidos, para hacer con ellos un cuerpo de ejército contra vuestros enemigos.

Ved, Señor, Dios de los ejércitos, los capitanes que forman compañías completas; los potentados que levantan ejércitos numerosos; los navegantes que arman flotas enteras; los mercaderes que se reúnen en gran número en los mercados y en las ferias. ¡Qué de ladrones, de impíos, de borrachos y de libertinos se unen en tropel contra Vos todos los días, y tan fácil y prontamente! Un silbido, un toque de tambor, una espada embotada que se muestre, una rama seca de laurel que se prometa, un pedazo de tierra roja o blanca que se ofrezca; en tres palabras, un humo de honra, un interés de nada, un miserable placer de bestias que esté a la vista, reúne al momento ladrones, agrupa soldados, junta batallones, congrega mercaderes, llena las casas y los mercados y cubre la tierra y el mar de muchedumbre innumerable de réprobos, que, aun divididos los unos de los otros por la distancia de los lugares o por la diferencia de los humores o de su propio interés, se unen no obstante todos juntos hasta la muerte, para haceros la guerra bajo el estandarte y la dirección del demonio.

Y por vos, Dios soberano, aunque en serviros hay tanta gloria, tanta dulzura y provecho, ¿casi nadie tomará vuestro partido? ¿Casi ningún soldado se alistará bajo vuestras banderas? ¿Ningún San Miguel gritará de en medio de sus hermanos por el celo de vuestra gloria: ¿Quién como Dios? ¡Ah!, permitidme ir gritando por todas partes: ¡Fuego, fuego, fuego! ¡Socorro, socorro, socorro! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el santuario! ¡Socorro, que se asesina a nuestros hermanos! ¡Socorro, que se degüella a nuestros hijos! ¡Socorro, que se apuñala a nuestro padre!

A mí quien esté por el Señor (Ex 32, 26): que todos los buenos sacerdotes repartidos por el mundo cristiano, sea que actualmente se hallen combatiendo o que se hayan retirado de la pelea a los desiertos y soledades; que todos esos buenos sacerdotes vengan y se junten con nosotros; la unión hace la fuerza: para que formemos, bajo el estandarte de la Cruz, un ejército bien ordenado en batalla y bien regido para acometer de concierto a los enemigos de Dios, que han tocado ya alarma: Bramaron, rechinaron, se amotinaron, son muchos.

Rompamos sus ligaduras, sacudamos su yugo. El que habita en el cielo se reirá de ellos. (Sal 2, 3-4)

¡Álcese Dios y sus enemigos se dispersarán! (Sal 67, 2)

Despierta, Señor, ¿por qué duermes? ¡Levántate! (Sal 43, 24)

Señor, levantaos; ¿por qué parecéis dormir? Levantaos en vuestra omnipotencia, vuestra misericordia y vuestra justicia, para formar una Compañía escogida de guardias reales, que guarden vuestra casa, defiendan vuestra gloria y salven vuestras almas compradas al precio de Vuestra Preciosísima Sangre, a fin de que no haya sino un solo rebaño y un pastor y que todos os rindan gloria en vuestro templo: En su templo un grito unánime: ¡Gloria! Amén. (Sal 28, 9)

¡Dios solo!