miércoles, 2 de agosto de 2017

BLAS PIÑAR, LEALTAD A DIOS Y A ESPAÑA HASTA EL FINAL



En estos tiempos convulsos, de decrepitud galopante y decadencia enfermiza, en donde parece que todo se desmorona, debemos más que nunca librar con heroísmo y entusiasmo los nobles combates de la Fe. En estos tiempos yermos de héroes y ayunos de santos necesitamos rescatar del pasado el legado de sólidas referencias que nos mostraron con firmeza el camino. De esta manera no claudicaremos en el servicio a Dios y a la patria.

Blas Piñar, en palabras de Utrera Molina, fue sin duda uno de los mejores hombres de nuestro tiempo. Manuel Marín, presidente tantos años del Congreso de Diputados, afirmó que “Blas Piñar había sido el parlamentario más brillante”. D. Blas tuvo amistad con grandes defensores de la Tradición como el Cardenal Siri o Monseñor Marcel Lefebvre. Fue la figura seglar más relevante del catolicismo español de la segunda mitad del siglo XX. Monseñor Guerra Campos dijo que “Blas Piñar sabía más teología que todos los obispos de España juntos”.

Uno de sus nietos, D. Miguel Menéndez Piñar, nos habla con pasión de la figura de su abuelo. Con él no sólo compartió los lazos de la sangre. La comunión de ideales y saberse posicionado en la misma trinchera de su abuelo, forjaron una relación de sintonía plena compartiendo pensamiento y acción.

¿Qué motivos tiene para estar orgulloso de su abuelo D. Blas Piñar?

Estoy orgulloso de mi abuelo por haber fundado una familia ejemplar con su matrimonio inquebrantable que dio abundantes frutos: ocho hijos, cuarenta y cuatro nietos y, mi segundo hijo, que nacerá en estos días, hace el número ochenta y seis en el grupo de los biznietos. En un momento crucial para la institución familiar, Blas Piñar la defendió hasta el extremo, incluso con el abundante testimonio de su propia fecundidad.

Estoy orgulloso de mi abuelo, católico cabal, porque hizo de la promesa bautismal su máxima constante, abrazando la Fe en cada momento e instante de su vida. Penetró y profundizó en los misterios divinos, iluminando de teología sus pensamientos, obras y acciones hasta el punto de que Monseñor Guerra Campos dijo que “Blas Piñar sabía más teología que todos los obispos de España juntos”. Ahí están sus obras publicadas, delicadísimos y profundos estudios sobre “La Controversia del Dios Uno y Trino”, sobre la “Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo”, “Eucaristía y Santo Sacrificio de la Misa”, “Tiempo de Ángeles” o “Teología cristocéntrica de San Pablo”.

Estoy orgulloso de mi abuelo porque en un tiempo de traiciones, por maldad o cobardía, él me enseñó –y a cuantos quisieron recoger su magisterio-, pública y privadamente, la lealtad a unos ideales permanentes que encarnan la esencia histórica de España. Estoy orgulloso de mi abuelo, en definitiva, por estar en la vanguardia de la familia, por ser un bastión de la Fe y por su entrega generosa a España, en primera línea, contra viento y marea.

¿Cómo era su relación personal con él?

La base y frecuencia de nuestra relación fue la sangre, abuelo y nieto, pero lo he dicho muchas veces: hay lazos más estrechos y más fuertes que los de la propia sangre y, en mi caso, la comunión de ideales y saberme posicionado en su misma trinchera, forjaron una relación de sintonía plena compartiendo pensamiento y acción. Quise que supiera, en todo momento, que podía contar con mi compañía, mi apoyo, mi ánimo. Para mí, lo de menos, es que fuera mi abuelo. Siempre le vi como mi maestro, mi jefe, mi camarada, mi faro. Acepté, siendo consciente del privilegio, representarle, porque así quiso que fuera, en decenas de actos y foros cuando físicamente le fue imposible asistir a él.

Nos veíamos todas las semanas en la sede de Fuerza Nueva y, los últimos años, le visitaba con mucha frecuencia. Puedo afirmar, sin equivocarme, que jamás hubo un momento en su vida que no pensase en España. No era hombre de perder el tiempo en conversaciones banales. Además de llamarme por mi cumpleaños, onomástica o aniversario de boda (lo hacía con todos sus hijos, nietos, biznietos…), lo hacía asiduamente para cosas concretas, información o documentos que necesitaba para alguno de sus trabajos. Como buen notario, todo lo que decía o escribía tenía detrás argumento y documentación para sustentarlo.

Sentía devoción y admiración hacia él, devoción y admiración que se acrecentaban cuando, estando a solas con él, le preguntaba sobre algún tema y recibía una clase magistral de inmediato. Me despedí de él, horas antes de morir, diciéndole al oído: “Abuelo querido: gracias por la Fe, la Patria y la vida”. Tuve el Honor de cubrir su féretro con la enseña nacional.

¿Qué anécdotas más significativas recuerda?

Las anécdotas al lado de un hombre tan grande son abundantísimas. Pero su sentido del humor, aun en momentos duros, hace que ciertas anécdotas sigan más vivas que otras y no puedan caer en el olvido. Diez años antes de morir, le fue diagnosticado un cáncer de tiroides que provocó la intervención quirúrgica y la traqueotomía permanente, para siempre. Dicho sea de paso, ni la traqueotomía pudo apagar la voz de quién hizo de la oratoria un arte y se sirvió de la palabra para predicar y arengar el combate de la Fe. Pues a raíz de dicha enfermedad, en una de sus estancias en el Hospital, coincidió con Santiago Carrillo. No llegaron a verse, aunque mi abuelo le contó al capellán que se habían cruzado en el pasillo y señalándose la garganta le dijo: “Santiago, para cuellos, el mío”. Da para un libro historias de este tipo con mi abuelo. Sería una buena manera de glosar su figura.

Por sus bodas de oro, se celebró una misa de acción de gracias en la Catedral de Toledo. Después de la Misa, fuimos recibidos toda la familia por el Primado de España don Marcelo González, del que fue muy amigo. Don Marcelo le anunció a mi abuelo, en presencia de toda la familia, que había conseguido una audiencia privada con el papa Juan Pablo II. Viajamos toda la familia a Roma. Creo recordar que ese año fue declarado por Juan Pablo II “Año de la Familia”. La ocasión era ideal para que una familia numerosísima al frente de la cual estaba un hombre que había defendido a capa y espada el Magisterio de la Iglesia, fuera recibido por Su Santidad. Así lo había organizado don Marcelo y así quedó en la agenda del Pontífice. El día de la audiencia, estando ya en el Vaticano toda la familia, le fue comunicado que el Santo Padre estaba indispuesto y no podía recibirnos. Jamás le oí quejarse por aquello, ni siquiera desahogarse contando lo que había pasado y bien sabía él los motivos. Asumió las bienaventuranzas desde la primera a la última.

De su altura moral y humana, dio muestras cuando me pidió que organizara un encuentro con Pío Moa. El comando del Grapo en el que estaba enrolado Pío Moa robó y voló el coche de mi abuelo. En el coche había un álbum familiar que, meses más tarde, fue encontrado por la Guardia Civil en un piso franco del Grapo, con anotaciones de quién era quién en las fotografías. A través de un amigo en común, llevamos a Pío Moa a casa de mi abuelo, que esperaba, impaciente, como un niño. Recuerdo perfectamente la escena. Al abrir la puerta, mi abuelo le abrazó y le dijo: “don Pío, siéntase bienvenido a mi casa, le perdono de todo corazón y no se preocupe que no voy a reclamarle el pago del coche”.

En sus últimos años de vida, siendo ya nonagenario y tambaleándose su salud por el cáncer que padecía, brotaba de su interior una fortaleza interior que, contra el consejo de los médicos y la inclemencia meteorológica (temperatura cercana a cero grados, nieve y lluvia), le llevaba a participar, como siempre lo había hecho, en el homenaje a los caídos rumanos en Majadahonda del mes de enero. Recuerdo las dos últimas veces que asistió. Me llamó por teléfono para decirme que le recogiera en casa, que fuese discreto y que le había prometido a la abuela ir abrigado y no tardar en volver. Cuando mucha gente, por el mal tiempo, no asistía, cuando algunos, cansados, dejaban de asistir. Cuando otros, dedicados a menesteres más “importantes” y de “mayor proyección política” desertaban, él, hasta el final de sus días, estuvo junto a los suyos como desde el principio.

Recuerdo su cara de felicidad cuando se acercaba algún biznieto a besarle y abrazarle. Siempre los cogía en brazos y les miraba fijamente a los ojos con una sonrisa desbordante. Mi hijo nació siete meses después de la muerte de mi abuelo. Me perdí esa escena de la que, a buen seguro, ambos hubieran disfrutado. No logré vivir esa anécdota, pero la he soñado muchas veces.

¿Qué virtudes destacaría de él?

Tenía dones innatos que cultivó y acrecentó toda su vida. Poseía una mente privilegiada, hablaba varios idiomas (español, latín, inglés, alemán, italiano, francés…) y nunca, en sus cientos de conferencias, mítines, actos, intervenciones parlamentarias, etc. utilizó un solo papel. No sólo destacaría alguna virtud en él, sino que me atrevo a decir que vivió algunas en grado heroico.

La piedad. Era un hombre tremendamente piadoso. Aceptó los consejos espirituales que le fueron inculcados en la Acción Católica en sus años de juventud, de la que fue dirigente con Antonio Rivera, “el Ángel del Alcázar”. Era hombre de Misa diaria, Rosario diario y largos ratos de oración y lectura espiritual. A pesar de la “auto demolición de la Iglesia”, de la que fue testigo directo, no perdió un ápice de la tensión espiritual y ascética aun cuando aquellos hombres de la jerarquía lo atacaban y rechazaban por saberlo fiel a lo que la Iglesia había enseñado siempre.

El valor. No rehuyó jamás cumplir con su deber, ni por las amenazas de ETA o el Grapo, ni por la presión y persecución del sistema, ni por la difamación constante de los medios de comunicación.

Lealtad y fidelidad. La segunda mitad de siglo XX en España será conocida como la época de la traición. Época de los curas y obispos modernistas o marxistas o de los que directamente colgaron los hábitos. Los destacados falangistas o miembros del Régimen de Franco que se hicieron demócratas de toda la vida, socialistas o liberales. Los tradicionalistas que convirtieron la Tradición en una pieza de museo. Los que prefirieron no complicarse la vida, renegando en público de cuanto habían defendido durante décadas. Otros mimetizándose con los nuevos tiempos fueron homologados en el ámbito de la corrección política. El resultado: banderas arriadas, causas entregadas, estandartes arrojados por el suelo. Pero en mitad del desierto una voz retumbaba, un clarín de llamada, una palabra de lucha y esperanza por aquello que había sido bendecido por la sangre martirial de nuestros mayores. Era Blas Piñar, la encarnación de la lealtad, que murió con las botas puestas combatiendo hasta los últimos cartuchos.

¿Cómo eran su amor a Dios y a la Patria?

Amores radicales y de entrega absoluta. Arrodillado ante Dios, como buen vasallo, ante su Señor. En pie y erguido, sin paso vacilante, en su servicio a la Patria. Dios y España constituían sus dos amores inseparables, pues siempre tuvo presente el sacrificio supremo de aquella Cruzada de 1936 por el altar y el hogar. Cuando los que custodiaban el altar se olvidaron del hogar y los que debían cuidar del hogar lo enfrentaron con el altar, Blas Piñar dio un paso al frente para llevar esos dos amores que le consumían a la vida pública. Junto al amor a Dios y a la Patria, estaba su pasión por la Hispanidad.

¿Qué otras facetas destacaría de su personalidad?

Su sentido del humor que en él desbordante y le ayudó a relativizar la fuerza de los que se declararon sus enemigos. Juan María Bandrés, diputado de Euskadiko Ezkerra y compañero suyo en el Grupo Mixto del Congreso de los Diputados, con el que tuvo una buena relación, le regaló las obras completas de Sabino Arana. Mi Abuelo le contestó que, en justa correspondencia, le regalaría el compendio de encíclicas del Papa Clemente del Palmar de Troya. Cuando se acercaba la festividad de los Reyes Magos, solía contar a los que iban a verle que había escrito una carta al Papa para que suprimiera dicha festividad pues con tanta familia se iba a arruinar. Un periodista, a raíz de su muerte, lo contó como si fuera verdad.

Poseía un don de gentes propio de los grandes líderes y caudillos. De los que le conocieron nadie quedó indiferente. Su personalidad irradiaba atracción y su figura resultaba envolvente. Su calidad oratoria ha sido reconocida por todos. El propio Manuel Marín, presidente tantos años del Congreso de Diputados, afirmó que “Blas Piñar había sido el parlamentario más brillante”. Por la forma y el fondo de sus discursos, creo que no hay duda en calificarle como el mejor orador de los últimos tiempos, a la altura de Vázquez de Mella, cuya obra conocía casi de memoria.

¿Nos podría hablar de la importancia de la figura de D. Blas cómo personaje histórico?

La figura seglar más relevante del catolicismo español de la segunda mitad del siglo XX es sin duda alguna Blas Piñar. Sirva para sostenerlo alguna efeméride entre tantas. El 5 de abril de 1960, en el Teatro Español, pronunció el pregón de la Semana Santa Madrileña. En 1962 se conmemoró el IV Centenario de la Reforma de Santa Teresa y Blas Piñar fue invitado a pronunciar la charla inaugural del “Año Santo Teresiano” también el pregón final, ante las máximas autoridades de la jerarquía española y de la Orden del Carmen. En la Catedral de Tarragona, el 24 de enero de 1963 se inicia el Año Paulino en conmemoración de los mil novecientos años de la llegada a España del Apóstol San Pablo, con la presencia del entonces Arzobispo de Tarragona don Benjamín Arriba y Castro, el Nuncio de Su Santidad, decenas de obispos venidos de toda España, varios ministros del Gobierno y retransmitido en directo por Radio Nacional de España. El pregón que inauguró el Año Paulino en la Catedral de Tarragona corrió a cargo de Blas Piñar.

En mayo de 1967, se debatió en las Cortes Españolas la Ley de Libertad Religiosa, a instancias del Vaticano so pretexto de la declaración conciliar Dignitatis Humanae. Blas Piñar lideró al grupo de veinte procuradores en Cortes que se opusieron a dicha ley, siendo el más joven de todos ellos, y fue el encargado de presentar todas y cada una de las enmiendas y obligarse a defenderlas. En torno a Blas Piñar, el Arzobispo de Valencia don Marcelino Olaechea creó una comisión de expertos en la materia formada por dos padres dominicos, Victorino Rodríguez y Alonso Lobo; dos jesuitas, Eustaquio Guerrero y Baltasar Pérez Argos; un pasionista, Bernardo Monsegú, y un sacerdote secular, Enrique Valcarce Alfayate.

Destacan sus charlas cuaresmales, impartidas incluso en seminarios diocesanos, cuando los obispos presumían de su amistad ante futuros sacerdotes. Representante de España en congresos internacionales de Apostolado Seglar y Mariano, donde vivió y fue testigo de la penetración del humo de Satanás en la Iglesia. Trabó amistad con aquellos que, como él, sintieron el desprecio de la jerarquía por no renunciar a la Verdad y la Tradición. Tuvo amistad con el Cardenal Siri, con Monseñor Marcel Lefebvre, con don José Guerra Campos, con los sacerdotes de la Hermandad Sacerdotal Española (Padres Oltra, Venancio Marcos, José María Alba…) y con tantos otros que acudían a él para mostrarle gratitud y respeto por su compromiso con la Fe. Fue fundador del Capítulo Hispanoamericano de Caballeros del Corpus Christi de Toledo, al abrigo del gran Cardenal Plá y Deniel. Entré a formar parte del Capítulo en la investidura de caballero en la que mi abuelo actuó de padrino.

En el plano cultural y político, su ingente labor al frente del Instituto de Cultura Hispánica, del que fue director, con el colofón sonado de su destitución tras el artículo Hipócritas en la tercera página de ABC contra la política internacional de EEUU. Fundador y presidente de la editorial Fuerza Nueva y jefe nacional del movimiento político del mismo nombre, que convocó las mayores manifestaciones de Europa. Las primeras manifestaciones en apoyo a las víctimas del terrorismo de ETA, las convocó Fuerza Nueva. Las primeras manifestaciones de España contra el aborto y por la vida, las convocó Fuerza Nueva.

Las referencias harían demasiado extensa esta entrevista, pero podría utilizar la frase que dejó escrita don José Utrera Molina en el obituario que le dedicó en ABC: “Blas Piñar no fue uno de los mejores españoles de nuestro tiempo, sino el mejor”.

Tuvo una visión profética de la descomposición de España a todos los niveles…

A nivel de la Unidad Católica de España antes mencionaba el debate sobre la Ley de Libertad Religiosa de 1967, que tanto daño hizo a España. Terminó sus brillantes intervenciones en las Cortes, antes de la votación de la Ley –que fue aprobada – advirtiendo: “Cuidado con este proyecto de ley porque nos exponemos a trastocar la realidad sociológica de nuestro país. La unidad religiosa es un bien y hay que procurar que ese bien no sea conturbado. El poseer la Religión Verdadera es un supremo bien espiritual. Se nos ha criticado muchas veces por ser más papistas que el Papa; no vayamos ahora a ser más conciliaristas que el Concilio”. Es incuestionable la transformación social de España, de un pueblo católico a un pueblo ateo. Advertirlo entonces era ser tomado por un loco, un exagerado o un radical. Hoy sabemos que tenía razón.

A nivel de la unidad política de España. En el debate sobre el Estatuto de Cataluña, que ahora estamos viviendo sus últimas consecuencias, terminó su discurso, antes de su votación negativa en el Congreso de Diputados el 29 de noviembre de 1979 diciendo: “porque quiero que dentro de dos generaciones se pueda ser español y catalán y catalán y español (…) votaré que no”. Han pasado dos generaciones y estamos comprobando cuánta razón tenía. Fue el único diputado que votó en contra.

A nivel moral de nuestro pueblo en enero de 2003, ante cuatro mil personas, pronunció un vibrante discurso en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid. El diario El Mundo recogió el evento con el titular de la noticia entrecomillando sus palabras: “España, con el Partido Popular, será el primer estado homosexual del planeta”. Diez años después, con el Gobierno de Mariano Rajoy, la bandera homosexualista ondeó por primera vez en los edificios públicos de España, desde el Congreso de Diputados hasta el último ayuntamiento y Madrid ha sido convertida en la capital mundial del orgullo gay.

¿Cuál fue su principal legado?

La llama ardiente y viva que ha dejado, incendiando el corazón de los que le recordamos e iluminando con su pensamiento y su colosal obra estos tiempos de oscuridad que vivimos. La Fundación Blas Piñar (http://fundacionblaspinar.es/) ha asumido la labor de conservar y difundir ese legado, estando en estos momentos en un proceso de digitalización de su archivo y biblioteca. Sólo de sus artículos, trabajos, conferencias, discursos, etc hay más de cien tomos.

Los más de veinte sacerdotes que encontraron la vocación en torno a él, ¡creo que también fueron un buen legado! Seguro que muchos leerán esta entrevista y aprovecho para decirles que mi abuelo les llevó muy dentro de su corazón y rogaba con frecuencia por su perseverancia.

¿Quiere añadir algo más?

Su lema siempre fue Adelante. Así que… ¡ADELANTE LA FE! ¡ADELANTE ESPAÑA!

Javier Navascués