domingo, 13 de agosto de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - IX

CAPÍTULO 9 
Del fruto que hemos de sacar de la sagrada Comunión. 

Las virtudes y efectos admirables que los Santos declaran de este divino Sacramento, no solamente son para descubrirnos su excelencia, y el amor y caridad inmensa que nos tuvo el Señor, sino también para que pongamos los ojos y el corazón en ellos, para sacar este fruto de la sagrada Comunión; y así iremos diciendo algunos de ellos para este fin. Este divino Sacramento, así como todos los otros, tiene un efecto común con todos los demás sacramentos, que es dar gracia al que dignamente le recibe; y tiene otro efecto propio, con que se diferencia de los demás sacramentos, el cual llaman los teólogos refección espiritual, que es ser mantenimiento del alma, con el cual ella se rehace, restaura y toma fuerzas para resistir a sus apetitos y abrazarse con la virtud. Y así sobre aquellas palabras que dijo nuestro Señor (Jn, 6, 56), Mi carne es verdadero manjar, y mi sangre verdadera bebida, dicen comúnmente los Santos, y lo dice también el Concilio Florentino, que todos los efectos que obra el mantenimiento corporal en los cuerpos, obra espiritualmente este divino manjar en las almas. Y por esto dicen que quiso Cristo nuestro Señor instituir este santísimo Sacramento en especie de mantenimiento, para que en la misma especie que le instituía, nos declarase los efectos que obraba y la necesidad que nuestras almas tenían de él. Pues conforme a esto, así como el mantenimiento corporal sustenta la vida del cuerpo y renueva las fuerzas y en cierta edad hace crecer, así también este santísimo Sacramento sustenta la vida espiritual, rehace las fuerzas del alma, repara la virtud enflaquecida, fortalece al hombre contra las tentaciones del enemigo, y le hace crecer hasta su debida perfección. Este es el Pan que conforta y esfuerza el corazón del hombre (Sal., 103, 15), y con el cual esforzados, como Elías, hemos de caminar hasta llegar al monte d Dios Horeb (1 Reyes., 19, 8). 

Mas tiene otra propiedad el manjar corporal, que es dar gusto y sabor al que come, y tanto mayor cuanto es mejor y más precioso el manjar, y el paladar está más bien dispuesto; así también este divino manjar, no solamente nos sustenta, conserva y esfuerza, sino también causa un gusto y suavidad espiritual, conforme a aquello que dijo el patriarca Jacob en aquellas bendiciones proféticas que a la hora de su muerte echó a sus hijos, anunciando lo que había de ser en la ley Evangélica; cuando llegó a su hijo Aser, dice (Genes., 49, 20): [Aser, sabroso en su pan, será delicias de los reyes]. Cristo era Pan fertilísimo, suavísimo y gustosísimo. Dice Santo Tomás que es tan grande el gusto y deleite que causa este Pan celestial en aquellos que tienen purgado el paladar de su ánima, que con ningunas palabras se puede explicar, por gustarse aquí la dulzura espiritual en su misma fuente, que es Cristo nuestro Salvador, fuente de toda suavidad y vida de todas las cosas; el cual, por medio de este Sacramento, entra en el ánima del que comulga. Y muchas veces es tanta esta suavidad, que no sólo recrea el espíritu, sino redunda también en la misma carne, conforme a aquello del Profeta (Sal, 83, 3): Mi corazón y mi carne se alegraran en el Dios vivo. 

De ahí nace lo que dice San Buenaventura, que muchas veces acaece llegar una persona muy debilitada y flaca a la sagrada Comunión, y ser tan grande la alegría y consolación que recibe con la virtud de este manjar, que se levanta de ahí tan esforzada como si ninguna flaqueza tuviera. Guimando Adversano, obispo, autor antiguo, escribe de aquellos monjes antiguos que era tanto el consuelo y fortaleza que sentían con la sagrada Comunión, que algunos con sólo este sustento se pasaban sin ninguna otra comida, siéndoles éste todo su consuelo y sustento, así para el alma como para el cuerpo; y el día que no comulgaban sentían en sí una flaqueza y desmayo grande, y les parecía que desfallecían y que no podían vivir. Y dice que a algunos les llevaba un ángel la Comunión a su celda. En las Crónicas de la Orden Cisterciense se cuenta de un monje que siempre que comulgaba le parecía recibir un panal de miel, cuya suavidad le duraba tres días. 

Pues conforme a esto, el fruto que nosotros hemos de sacar de la sagrada Comunión ha de ser un ánimo varonil para caminar e ir adelante en el camino de Dios, una fortaleza muy grande para mortificar nuestras pasiones y resistir y vencer las tentaciones (Sal., 22, 5): [Preparaste, Señor, una mesa delante de mí contra mis perseguidores]. Para esto nos preparó el Señor esta mesa. En las demás mesas, quien tiene enemigos, teme y no osa estar; pero en ésta recibe el hombre esfuerzo y fortaleza para vencer a todos sus enemigos. Y así dice San Crisóstomo, que nos hemos de levantar de esta sagrada Mesa como unos leones, echando fuego por la boca con que espantemos y nos hagamos terribles a los demonios. Y este efecto nos significó Cristo nuestro Redentor, cuando, acabando de comulgar a sus discípulos, les dijo (Jn, 14, 31): [Levantaos y vamos de aquí]; como quien dice: ya habéis comulgado, levantaos y vamos a padecer. Y así vemos que en la primitiva Iglesia, cuando se frecuentaba tanto este divino Sacramento, no sólo tenían los cristianos fuerzas para guardar la ley de Dios, sino para resistir a la fuerza y rabia de les tiranos y dar la sangre y la vida por Cristo. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.