sábado, 2 de septiembre de 2017

LA ACEPTACION DE LA INMORALIDAD EN LAS FAMILIAS


Los niños aprenden en gran medida por imitación de sus modelos paternos y por extensión de sus familiares y amigos. Si hacemos una mínima observación del ambiente tanto familiar como social en el que se están criando la mayoría de los niños de hoy día no podemos menos que agachar la cabeza ante la hecatombe que se avecina, porque de estas mimbres saldrán los futuros cestos.

La pérdida de la vergüenza

Por doquier en las familias nos encontramos que sin ningún pudor ni vergüenza se exhiben ante niños y mayores situaciones moralmente reprobables como totalmente normales: parejas sin casar conviviendo como si fueran matrimonios -y el hecho de que tengan hijos ilegítimos no cambia la valoración moral-, “divorciados” viviendo en adulterio, novios que mantienen relaciones de forma evidente, incluso sodomitas que viven juntos aceptados como uno más… y todo tipo de situaciones de degradación moral reconocidas sin tapujo alguno por los implicados.

No olvidemos, y me gusta recordarlo porque nadie lo dice, que el divorcio no existe a los ojos de Dios, el cual juzgará a cada persona en base a la persona con la que se casó sacramentalmente. De forma que lo que digan los jueces sencillamente importa un bledo a los ojos de Dios. Si usted está casada con Federico, y se “divorció” (1), largandose con otro hombre usted está cometiendo ADULTERIO y como tal la juzgará Dios. Para más inri a su pecado personal y público se suma el tremendo pecado de escándalo que da a sus hijos enseñando con su vida que esta gravísima ofensa a Dios es “normal”. Y no nos engañemos, no son ignorantes como muchas veces queremos creer, todos saben que no pueden volver a casarse por la iglesia porque los considera casados aún con el “otro”.

Estos “modelos” de vida se presentan ante todos como totalmente normales, el resto de familiares callan de una forma absoluta, se esfuerzan por que todo parezca normal, y la única percepción que tienen los niños, a los cuales se trata incluso de erotizar, no puede ser otra de que eso es lo correcto. Y no quiero decir que estos comportamientos morales no existieran antes, claro que sí, pero al menos se trataban de esconder con la conciencia de que aquello no era correcto, y menos para exhibirlo en familia.

Ahora, al contrario, estas personas que viven en situaciones de pecado y escándalo público reciben el apoyo familiar al punto que si alguien osara decir o siquiera insinuar que lo que allí pasa no es correcto, ipso facto se convierte en el “anormal”, “provocador”, “carca” y todo tipo de insultos que llueven en cascada a una velocidad de vértigo. Hoy día decir en una reunión familiar que un “divorciado” en realidad sigue casado con quien considera su “ex” es ganarse de inmediato el título de “monstruo”, “poco caritativo” y ” retrógrado”.

Esta situación gravísima en la mayoría de entornos familiares actuales se ve potenciada en los niños de forma exponencial, en tanto que la mayoría de amigos que tienen sus padres y familias viven en una situación igual, o peor, magnificado aún más por el continuo bombardeo mediático que les dice por todos lados: es normal, es normal, es normal…

El desastre educativo

La Verdad del matrimonio y la sexualidad humana querida por Dios sencillamente ha desaparecido. Los niños llegan a crecer sin que ni siquiera hayan tenido la oportunidad de conocerla para decidir, como tanto gusta decir hoy en día. La contra educación del mundo moderno se impone dictatorialmente por vía de hechos consumados y del bombardeo de información que perciben en lo que ven, oyen y escuchan de muchos de sus seres queridos y amigos.

Los padres no dicen nada, o si dicen algo es vía actitudes enseñando a sus hijos con la aceptación de estas situaciones justo lo contrario de lo que deberían enseñar. Recordemos a estos padres aquello que el Santo Cura de Ars repetía con frecuencia en sus sermones: que Dios en nuestro juicio particular nos pedirá cuenta de cada uno de los pecados cometidos por nuestros hijos motivados por nuestra negligencia al educarlos cristianamente. ¿Qué perspectivas de salvación podemos esperar pues para estas personas?

¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales… heredarán el Reino de Dios (I Corintios 6:9-10)

En las catequesis sencillamente no se habla de nada de esto. Muchos callan por miedo a no verse envuelto en protestas de los padres, puesto que una gran mayoría de los que llevan a sus hijos a catequesis son a su vez adúlteros públicos o concubinos, y ya no me refiero siquiera a la “catequesis” de primera comunión, por llamarla de alguna forma, ni siquiera en confirmación o preparación al matrimonio.

Si le digo la verdad no recuerdo hasta donde llega mi memoria en toda mi vida, y tengo ya 47 años, haber oído en alguna homilía a ningún sacerdote novus ordo hablar de virginidad, pureza o de la verdad del divorcio. Imagino que lo habrá, pero el número será tan minúsculo que en una estadística ni siquiera sería tenido en cuenta por representar un decimal elevadísimo.

La verdadera caridad

En todo este ambiente donde casi todo lo que ven, escuchan y ejemplifican de sus mayores les dice lo contrario de lo que deben aprender, crecen nuestros hijos y toda nuestra familia. Una caridad mal entendida pretende que “dejar estar” la situación y callar es la mejor vía en espera de no se sabe qué y justificando así nuestra inacción absoluta. Incluso si los niños tienen la suerte de tener unos padres católicos que quieran formarlos adecuadamente, la contraprogramación tiene tal potencia que hoy día es un auténtico Milagro, en mayúsculas, que algún niño crezca debidamente formado.

Se dirá ¿pero qué quieres que hagan que les den una patada a todos esos familiares y amigos?

“Nadie puede servir a dos señores; porque odiará al uno y amará al otro; 
o se adherirá al uno y despreciará al otro.” (San Mateo 6: 24)

Les responderé con una anécdota. Recuerdo de pequeño haber vivido familiarmente un entierro de un ser querido, no sé bien que edad tenía, pero no creo que superara los doce años. Tengo grabado en la memoria que estábamos allí toda la familia y a lo lejos en el camposanto estaba un tío mío solo con una señora que no conocía de nada, recuerdo perfectamente como mis padres me indicaron que estaba apartado porque había hecho algo muy malo, abandonando a su familia y yéndose con otra señora que no era su mujer (lo que hoy en día se llama un divorciado con pareja), y que la familia se mantenía distante para que se diera cuenta que lo que hacía estaba muy mal. Esa lección que aprendí ese día no la olvidé jamás.

Esto, que estoy seguro a muchos puede parecer tremendamente duro, es un acto de inmenso amor y caridad hacia esa persona, porque posiblemente sea el único recordatorio que le quedara de que lo que hacía ofendía a Dios terriblemente y si fallecía ese día el destino eterno que le esperaba no era precisamente halagüeño.

Cuando amamos a alguien de verdad y lo vemos caer por un pozo, la actitud cuál sería ¿callarnos para que no se asuste? ¿Lo veríamos en el fondo y le diríamos “no pasa nada” “allí se está fresquito”?

Cuando tenemos un ser querido que se está jugando la condenación de esa forma tan ostensible, tenemos la obligación de hacerle ver el camino que lleva, echarle la cuerda al pozo para que se agarre, y no contribuir en lo más mínimo a consolidar ese pecado creando artificialmente una situación de normalidad que, para colmo, maleduca a nuestros hijos aumentando así la responsabilidad.

Seguro que en muchos casos no será agradable (y habrá que seguir las normas de la corrección fraterna), pero si logramos salvar su alma nos lo agradecerá eternamente y, por el contrario, estoy seguro que si su destino termina siendo el infierno maldecirán de por vida a todos los que le rieron, callaron y fueron cómplices de su pecado. Contribuir a su condenación ¿es amarlos?

No, no es caridad, callar no es amarlos, al contrario, es un terrible acto de egoísmo y falta de amor. NO, no podemos tolerar bajo ningún concepto que en nuestras familias el pecado sea lo normal, y la virtud lo anormal.

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma?” Mateo 16, 21-27.

Miguel Ángel Yáñez


(1) Es igualmente grave todos aquellos “divorciados”, y familiares, que aunque no tengan nueva pareja hablan como si ya no tuvieran vínculo matrimonial, hablando de su “ex”, es decir, pensando que han enmendado la plana a Dios y que lo que Dios ha unido el hombre no lo separe… lo ha separado el hombre y lo que diga Dios da igual.