jueves, 7 de septiembre de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - XI


CAPÍTULO 11 
De otro fruto principal que hemos de sacar de la sagrada Comunión,
 que es unirnos y transformarnos en Cristo. 

Uno de los más principales efectos y fines para que instituyó Cristo nuestro Redentor este divino sacramento, o el más principal, dicen los Santos que fue para unirnos e incorporarnos y hacernos una cosa consigo. Así como cuando se consagra este divino Sacramento, por virtud de las palabras de la consagración, lo que era pan se convierte en sustancia de Cristo, así por virtud de esta sagrada Comunión, el que era hombre se viene por una maravillosa manera a transformar espiritualmente en Dios. Y eso es lo que dice el mismo Cristo en el sagrado Evangelio (Jn, 6, 56): Mi carne verdaderamente es comida; y mi sangre verdaderamente es bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en Mí, y Yo en él. De manera, que así como el manjar por virtud del calor natural se convierte en la sustancia del que le come y se hace una misma cosa con él, así el que come este Pan de ángeles se une y junta y hace una cosa con Cristo, no convirtiéndose Cristo en el mantenido, sino convirtiendo y transformando el en sí al que le recibe, como el mismo Señor dijo a San Agustín: Manjar soy de grandes, crece, y comerme has. Pero te hago saber que no me mudarás tú a Mí en tu sustancia y naturaleza, como los demás manjares, sino tú te mudarás y transformarás en Mí. Y así, dice Santo Tomás que el efecto propio de este Sacramento es transformar el hombre en Dios haciéndole semejante a Sí. Porque si el fuego, por ser elemento tan noble, convierte en sí todas las cosas que se juntan con él, gastando primero todo lo que en ellas le es contrario, y comunicándoles después su forma y perfección, ¿cuánto más aquel abismo de infinita bondad y nobleza gastará todo lo malo que hallare en nuestras almas, y las hará semejantes a Sí. 

Pero dejando aparte la unión real y verdadera de Cristo con el que le recibe, que Él nos quiso significar por aquellas palabras: Él está en Mí, y Yo en Él, la cual declaran los Santos con algunas comparaciones muy encarecidas; descendiendo más en particular a la práctica, el fruto que nosotros hemos de procurar sacar de la sagrada Comunión, es unirnos y mudarnos y transformarnos en Cristo espiritualmente; esto es; que nos hagamos semejantes a Él en la vida y costumbres, humildes como Cristo, pacientes como Cristo, obedientes como Cristo, castos y pobres como Cristo. Esto es lo que el Apóstol dice por otras palabras (Rom., 13, 14) que nos vistamos de Jesucristo. En la consagración se convierte la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo, quedándose enteros los accidentes. En la Comunión es al contrario, que se queda la sustancia del hombre y se mudan los accidentes, porque el hombre, de soberbio se hace humilde, de incontinente, casto; de airado, paciente. Y de esta manera se transforma en Cristo. 

San Cipriano, sobre aquellas palabras del Profeta (Sal., 22, 5): [Mi cáliz, que embriaga, ¡oh qué excelente es! las cuales entiende de este santísimo Sacramento, dice que así como la embriaguez enajena a un hombre y le hace otro, así este divino Sacramento enajena a uno de sí y le hace otro, haciéndole olvidar las cosas del mundo, y que de ahí adelante todo su trato sea de cosas del Cielo. ¡Qué otros salieron los discípulos de Emaús después de haber recibido este divino Sacramento! (Lc., 24, 35): [Le conocieron en el partir del pan]. De dudosos, fieles; de medrosos, esforzados. Pues así nosotros hemos de salir de la sagrada Comunión, trocados y mudados en otros hombres (1 Sam., 10, 6). Lo mismo dice San Basilio, y trae para esto aquello de San Pablo (2 Cor, 5, 15): Para que el que vive, ya no viva para sí, sino todo para Dios. 

Dice una Santa una cosa muy sustancial y muy espiritual a este propósito. Va tratando de las condiciones y señales en que se conoce ser el ánima transformada en Dios, y una de ellas, dice, es cuando desea el hombre ser menospreciado, abatido y deshonrado de toda criatura, y desea y quiere que todos crean que él es digno de deshonras, y que ninguno se compadezca de él; y no quiere vivir en el corazón de ninguna criatura, sino de sólo Dios. Y no solamente no quiere ser reputado de cosa alguna en ninguna manera, sino tiene por grande honra ser despreciado, por conformarse con Cristo nuestro Señor, al cual seguir es grande honra; y dice con San Pablo (Galat., 6, 14): Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Pues de esta manera nos hemos de transformar en Cristo, esto es lo que hemos de sacar de la sagrada Comunión. 

San Crisóstomo, declarando la obligación que para esto nos pone el recibir tan alto Sacramento, dice «Cuando nos viéremos acosados de la ira u otro vicio o tentación, consideremos de cuán grande bien hemos sido dignos, y sírvanos eso de freno para guardarnos de todo pecado y de toda imperfección. Lengua que ha tocado a Cristo, razón es que quede santificada, y que no hable ya liviandades, ni se profane más. Pecho y corazón que ha recibido al mismo Dios, y sido custodia y relicario del sacratísimo Sacramento, no es razón que se eche en el estiércol de vanos deseo, ni que trate ni piense ya de otra cosa sino de Dios. Acá come uno una alcorza y todo el día aspira olor. Habéis comido esta alcorza divina, que tiene el ámbar celestial, olor de toda virtud y deidad; ¿qué olor será razón que aspiréis?» 

De una Santa virgen se lee que decía: «Cuando comulgo, todo aquel día guardo con más diligencia mi corazón, imaginando al Señor en él, como si estuviera reposando en su casa. Por lo cual procuro de guardar toda la modestia posible, así en el hablar, mirar y andar, como en toda la conversación exterior; cómo quien pone el dedo sobre la boca, pidiendo silencio y que no hagan ruido, porque no despierten al que duerme.» 


EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez